Stan se ganó los corazones de la gente con su encanto y buena apariencia. Ganó admiración con su energía, ambición y determinación. Y ganó respeto porque seguía yendo a la iglesia aun cuando sus amigos habían perdido interés en ir.
Mientras estaba en la secundaria se fijó su meta más importante: ser millonario para cuando tuviera 30 años. El día que se graduó empezó a poner en marcha su bien planificada estrategia. En lugar de ir a la universidad a estudiar comercio, empezó a estudiar el mercado de valores. Siempre le había causado mucho sueño leer libros, pero podía pasar horas enteras leyendo el periódico The Wall Street Journal. Stan empezó a comprar acciones con dinero que había ahorrado mientras estaba en la secundaria. Las conservó hasta que hubo ganado una
buena cantidad, y luego las vendió e invirtió de nuevo el dinero. Se sorprendió de lo fácil que era ganar dinero. Mucho dinero.
A la edad de 22 años se compró un auto Corvette. A los 25 compró una casa en la zona más prestigiosa de la ciudad. Y para cuando tenía 27, 3 años antes de lo
planeado, Stan tenía una cartera de inversiones que valía un millón de dólares.
Pero una mañana temprano, alguien tocó en la enorme puerta de Stan. «Traigo una orden para arrestarlo» —dijo un hombre vestido de uniforme. El oficial esposó a Stan, lo metió de prisa en un auto policial, y se lo llevó a la cárcel. Posteriormente, a Stan se le formularon 29 cargos por fraude de valores.
Resultó ser que la razón por la que Stan había tenido tanto éxito en el juego de la inversión era que estaba más interesado en ganar que en seguir las reglas del juego.
Compara el gran deseo de Stan con el del joven rey Salomón. Aunque terminó
siendo la persona más rica de la tierra, tener riquezas no era su meta. Ni siquiera la sabiduría, la cualidad por la que más se le reconoce, era un deseo egoísta. Para él era el medio que lo llevaría a un fin. Su verdadero deseo era tener «un corazón que entendiera» para poder discernir entre lo bueno y lo malo, y gobernar bien al pueblo de Dios (1 Reyes 3:9). Para alguien que se había criado en la opulencia del palacio del rey, el joven Salomón era sorprendentemente abnegado y Dios lo honró por eso.
Para Dios, lo que hacemos no es tan importante como la manera y las
motivaciones por que lo hacemos. De modo que la próxima vez que te fijes metas, considera también las motivaciones que tienes. —JAL
R E F L E X I Ó N
■ ¿Quiero que me vaya bien en los estudios para poder conseguir un buen
empleo y ganar mucho dinero para mí, o para tener dinero para dar a los
demás?