Silvia se sentía abrumada ante la lucha de su hijo con las adicciones. «¿Dios pensará que no tengo fe porque no puedo parar de llorar cuando oro?», preguntó.
«No sé qué pensará Dios —respondí—, pero sé que puede manejar emociones reales. No ignora nuestros sentimientos». Oré y derramé lágrimas junto a Silvia, pidiendo liberación para su hijo.
La Escritura tiene muchos ejemplos de personas que luchan con Dios en medio de las pruebas. El escritor del Salmo 42 expresa un profundo anhelo de experimentar la paz de la presencia del Señor. Su tribulación interior disminuye, y desborda en alabanzas confiadas a medida que recuerda la fidelidad de Dios. Mientras anima a su «alma», el salmista escribe: «Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío» (v. 11). Lucha entre lo que sabe que es verdad sobre Dios y la realidad innegable de sus emociones abrumadoras.
Dios nos diseñó a su imagen y con sentimientos. Nuestras lágrimas por otros revelan amor y compasión profundos, no necesariamente falta de fe. Podemos acercarnos a Él con heridas abiertas o viejas cicatrices, porque sabe lo que sentimos. Cada oración demuestra nuestra confianza en su promesa de escucharnos y ocuparse de nosotros.