Cuando Carlos abrió la caja de piezas de vitral, en lugar de encontrar los fragmentos que había pedido, descubrió ventanas enteras e intactas. Habían sido quitadas de una iglesia para protegerlas de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Carlos se maravilló al ver cómo los «fragmentos» formaban una hermosa imagen.
A veces, cuando abro ciertos pasajes de la Biblia, no veo de inmediato cómo encajan dentro del cuadro más grande de la Escritura. Me sucede, por ejemplo, con Génesis 11, un capítulo que contiene muchos nombres desconocidos, como Sala, Heber y Taré (vv. 10-32). A menudo, me veo tentada a pasar por alto esas secciones, hasta llegar a alguna parte que encaje mejor en mi «ventana» de entendimiento de la narrativa bíblica.
Dado que «toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil» (2 Timoteo 3:16), el Espíritu Santo puede ayudarnos a entender mejor cómo encaja un fragmento en la totalidad, y abrir nuestros ojos para ver, por ejemplo, cómo Sala se relaciona con Abram (Génesis 11:12-26), el ancestro de David; y lo más importante, con Jesús (Mateo 1:2, 6, 16). Se deleita en sorprendernos con el tesoro de una ventana intacta en la cual incluso las partes más pequeñas revelan a lo largo de la Biblia la historia de la misión de Dios.