No fui sincera sobre los tulipanes. Mi hija menor me trajo de regalo de Ámsterdam un paquete con bulbos de tulipanes, así que mostré un gran entusiasmo cuando los recibí, tanto como el de volver a reunirme con ella. Pero los tulipanes son las flores que menos me gustan. Florecen muy ponto y se marchitan rápido.
Finalmente, cuando llegó el clima apropiado, planté los bulbos «de mi hija» pensando en ella, y por lo tanto, con amor. Mi preocupación aumentaba cada vez que removía la tierra pedregosa. Cuando terminé de apisonarlos, los bendije, diciendo: «Que duerman bien», esperando que florecieran en la primavera.
Mi pequeño proyecto se volvió un recordatorio aleccionador del llamado de Dios a amarnos mutuamente, aunque no seamos las personas «favoritas» unas de otras. Al mirar las «malezas» del pasado, Dios nos capacita para brindar su amor, aun en épocas temperamentales. Luego, con el tiempo, el amor mutuo brota a pesar de nosotros. «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros», dijo Jesús (Juan 13:35). Cuando Él nos poda, somos bendecidos para brotar más tarde, como lo hicieron mis tulipanes… el mismo fin de semana que mi hija vino a visitarme. «¡Mira lo que está floreciendo!», le dije. En definitiva, yo.