Agujas, leche, ascensores, nacimientos y abejas en batidoras son solo algunas de las muchas fobias del Sr. Adrian Monk, el detective que da nombre al programa de televisión Monk. Pero cuando él y Harold Krenshaw, su eterno rival, quedan encerrados en el maletero de un auto, Monk logra superar uno de los miedos de su lista: la claustrofobia.
Envueltos los dos en pánico, una epifanía interrumpe el desasosiego de Monk. «Creo que hemos estado viendo esto equivocadamente —le dice a Harold—. Este maletero, estas paredes […], no nos están encerrando, […] están en realidad protegiéndonos. Nos resguardan de lo malo que hay afuera. […] gérmenes, y serpientes y armónicas». Sorprendido, Harold entiende y susurra maravillado: «Este maletero es nuestro amigo».
En el Salmo 63, es como si David tuviera una revelación similar. A pesar de estar «en terrenos secos e inhóspitos» (vv. 1-3), cuando recuerda el poder, la gloria y el amor de Dios (vv. 1-3), es como si el desierto se transformara en un lugar de cuidado y protección divinos. Como un polluelo escondido bajo la sombra de las alas de su madre, David descubre que, aferrado a Dios, quedará satisfecho «como si comiera los mejores platillos» (v. 5), nutrido y fortalecido con un amor que «es mejor que la vida» (v. 3).