Los médicos de Rebeca y Ricardo les dijeron que no podían tener hijos. Pero Dios tenía otros planes; y diez años después, ella quedó embarazada. El embarazo anduvo bien, y cuando empezaron las contracciones, la emocionada pareja fue rápidamente al hospital. El trabajo de parto se hizo más largo e intenso, hasta que finalmente, la doctora decidió hacerle una cesárea. Temerosa, Rebeca lloraba por su bebé y por ella, pero su doctora le aseguró: «Voy a hacer todo lo que pueda, pero vamos a orar a Dios porque Él puede hacer más que yo». Oraron juntas, y poco después, nació Bernardo, un saludable bebé.
La doctora era consciente de que dependía de Dios y su poder. Reconocía que aunque tenía entrenamiento y capacidad para hacer la cirugía, seguía necesitando la sabiduría, la fortaleza y la ayuda de Dios para guiar sus manos (Salmo 121:1-2).
Es alentador escuchar sobre personas altamente talentosas —o de cualquier otra— que reconocen que necesitan a Dios. Y siendo sinceros, todos lo necesitamos. Él es Dios; nosotros, no. Solo Él «es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos» (Efesios 3:20). Tengamos un corazón humilde para aprender de Dios y confiar en Él en oración, «porque puede hacer más» de lo que nosotros podríamos hacer jamás.