El lago Baikal, el más profundo del mundo, es inmenso y magnífico. Mide 1.600 metros de profundidad y casi 636 por 79 kilómetros de ancho, y contiene un quinto de toda el agua potable superficial del planeta. Pero es muy difícil llegar allí, ya que está ubicado en Siberia, una de las regiones más remotas de Rusia. Con la desesperante necesidad de agua que hay, es irónico que semejante reservorio esté escondido en un lugar adonde pocas personas pueden acceder.
Aunque el lago Baikal pueda ser remoto, hay una fuente inagotable de agua viva disponible y accesible para quienes más la necesitan. Estando en un pozo en Samaria, Jesús entabló una conversación con una mujer y le demostró la profunda sed espiritual que ella tenía. ¿Cuál fue la solución a su necesidad? Jesús mismo.
En contraste con el agua que ella había ido a sacar del pozo, Jesús le ofreció algo mejor: «Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» (Juan 4:13-14).
Muchas cosas prometen satisfacer, pero nunca apagan por completo la sed de nuestro corazón. Solo Cristo puede hacerlo, y está disponible para todos en todas partes.