Tras el primer hombre en el espacio, Yuri Gagarin descendió en la campiña rusa. Una campesina, al ver al cosmonauta vestido de anaranjado, aún con el casco y arrastrando dos paracaídas, preguntó sorprendida: «¿Puede ser que hayas venido del espacio?», a lo que él respondió: «En realidad, sí».
Lamentablemente, los líderes soviéticos usaron el histórico vuelo para propaganda antirreligiosa. «Gagarin fue al espacio, pero no vio a ningún dios allí», dijo su primer ministro. En verdad, Gagarin nunca dijo eso. Como señaló C. S. Lewis: «Los que no encuentran [a Dios] en la tierra, es improbable que lo encuentren en el espacio».
Jesús nos advirtió de ignorar a Dios en esta vida. Narró una historia sobre dos hombres que murieron: uno rico, que no tenía tiempo para Dios; y Lázaro, pobre, pero rico en fe (Lucas 16:19-31). En tormentos, el rico suplicó a Abraham por sus hermanos, que aún estaban en la tierra: «Te ruego, pues, padre, que [a Lázaro] envíes […], si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán» (vv. 27, 30). Abraham llegó al meollo del problema: «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos» (v. 31).
«Ver es no creer —escribió Oswald Chambers—. Interpretamos lo que vemos a la luz de lo que creemos».