La veía todos los días al amanecer, al llevar a mis hijos a la escuela. Era nuestra atleta de marcha rápida. Equipada con unos enormes auriculares y coloridas medias hasta la rodilla, caminaba al costado del camino, con movimientos alternados de brazos y piernas, siempre con un pie en contacto con el suelo. El deporte es diferente a correr o trotar. Implica un control intencional que frena la tendencia natural del cuerpo a correr. Aunque no parezca, requiere tanta energía, concentración y poder como correr. Pero todo bajo control.
Poder bajo control: esta es la clave. La humildad bíblica, como la marcha rápida, suele considerarse debilidad. Pero, en realidad, no lo es. La humildad no es depreciar nuestras fortalezas o habilidades, sino refrenarlas de manera similar a como actúa la mente de esos atletas sobre sus brazos y piernas.
Las palabras de Miqueas, «caminar humildemente», son un llamado a frenar nuestra inclinación a ir delante de Dios. Dice que el Señor «requiere […] hacer justicia, amar misericordia» (6:8 rva-2015), lo que puede generar un deseo de hacer algo y hacerlo rápido; en especial, ante las abrumadoras injusticias diarias que nos rodean. Pero debemos dejar que Dios nos controle y dirija. Nuestra meta es ver que su voluntad y propósitos se cumplan.