José trabajaba más de doce horas al día. Comenzar una organización benéfica exigía tanto tiempo y energía que le quedaba poco para dedicar a su esposa y sus hijos cuando llegaba a su casa. Cuando el estrés crónico terminó enviándolo al hospital, un amigo se ofreció a organizar un equipo para ayudarlo. José accedió a confiar en su amigo —y en Dios— y delegó responsabilidades al grupo de personas que escogieron juntos. Un año más tarde, admitió que la organización y su familia jamás habrían podido prosperar si él hubiera rechazado la ayuda que Dios le había enviado.
Dios no diseñó a las personas para que prosperen sin la ayuda de una comunidad amorosa. En Éxodo 18, Moisés guio a los israelitas por el desierto. Intentó servir al pueblo de Dios como maestro, consejero y juez por su cuenta. Cuando lo visitó su suegro, le dio un consejo: «Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo» (Éxodo 18:18). Animó a Moisés a compartir la carga con personas fieles. Moisés aceptó y toda la comunidad se benefició.
Cuando confiamos en que Dios obra en y a través de todo su pueblo, y trabajamos juntos, podemos encontrar verdadero descanso.