Hoy en día, no apreciamos el mandamiento de Dios a los israelitas de alejarse de los ídolos. Los ídolos, pensamos nosotros, son las estatuas y esculturas que vemos en especiales de TV acerca de religiones obscuras.
Podría sorprenderte saber que la adoración de ídolos que azotaba a los israelitas en los días de Ezequías es alarmantemente similar a la adoración de ídolos en nuestra cultura. Gran parte de ella tenía que ver con el sexo. En Ezequiel 8, el ídolo que provocó a celos a Dios (v.3) era en realidad un grotesco poste entallado en forma de órgano sexual. Este objeto era adorado en el mismo
templo de Dios. ¡No es de sorprender que se enojara tanto!
Un ídolo para nosotros no es tanto un símbolo crudamente hecho, pero sí lo es un cuerpo humano bien formado. Igual que los antiguos hebreos que sucumbieron a la adoración de ídolos de la cultura que los rodeaba, somos presas de las tentaciones y valores inmorales de nuestra propia cultura. Así como nuestra sociedad está obsesionada con el sexo hasta el punto que excluye la verdadera intimidad del matrimonio, así nosotros a veces nos permitimos fantasías sexuales que no tienen nada que ver con el verdadero amor.
David Roper, en su libro In Quietness and Confidence [En quietud y fortaleza], observa que no puede haber ningún tipo de componenda aquí. Llama a la sexualidad y la espiritualidad «las dos fuerzas más poderosas del mundo». Y añade: «Si adoramos a Dios, Él empezará a lidiar con todas nuestras otras
decisiones. [Pero] si adoramos el sexo, entrará en lugares secretos de nuestra vida y nos corromperá.»
La imaginación, como el sexo, es algo maravilloso. Pero se abusa de ella
horriblemente cuando las imágenes que creamos en nuestra mente se vuelven
pornográficas. Para el cristiano, eso es igual que levantar un ídolo en el templo
interno de Dios. Es la peor clase de idolatría.
Dios dijo a Ezequiel que su pueblo idólatra ya no podía captar su atención.
«Gritarán a mis oídos con gran voz —dijo— pero no los escucharé» (v.18).
Hasta el apóstol Pablo se veía a sí mismo como «miserable» debido a sus luchas
con el pecado (Romanos 7:24). Pero también sabía que, en medio de su
desesperación, había victoria. «¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro!» (vv.24,25).
Los ídolos que adoramos en lugares secretos de nuestro corazón sí hacen daño.
Nos hacen daño a nosotros y afligen a Dios. La buena nueva es que nuestra
susceptibilidad a los ídolos debe llevarnos a Cristo. No tenemos otro sitio adonde ir.
—TG
R E F L E X I Ó N
■ ¿Qué ídolos tengo que derribar y destruir? ¿Lo puedo hacer hoy?