«Puede ser una aflicción más desgarradora que el hambre, una enfermedad o la falta de un techo», escribió Maggie Fergusson en una revista. ¿El tema? La soledad. Con ejemplos conmovedores de cómo afecta la soledad, describía el aumento de este sentir que no discrimina estatus social ni económico.
El dolor de sentirse solo no es nada nuevo, ya que evoca las palabras del antiguo libro de Eclesiastés, que suele atribuirse al rey Salomón. En él, se describe la tristeza de aquellos que parecen no tener ningún vínculo significativo (4:7-8). El escritor lamenta que sea posible obtener una abundante riqueza y, de todos modos, no encontrar satisfacción en ella porque no se tiene a nadie con quién compartirla.
Pero también reconocía la belleza de estar acompañado, diciendo que los amigos ayudan a que uno logre más de lo que podría hacer solo (v. 9). Los compañeros ayudan en momentos de necesidad (v. 10), brindan consuelo (v. 11) y pueden proteger en situaciones complicadas (v. 12).
Es difícil luchar con la soledad; Dios nos creó para brindar y recibir los beneficios de la amistad y la comunión. Si te sientes solo, ora para que Dios te ayude a vincularte con otros. Mientras tanto, como creyente, disfruta que el Espíritu Santo está siempre contigo.