«Ningún oído acaso perciba su venir, mas el de humilde corazón le habrá de recibir». Estas palabras del muy amado himno de Phillips Brooks, Oh, aldehuela de Belén, apuntan a la esencia misma de la Navidad. Jesús vino a nuestro mundo quebrantado para rescatarnos de nuestro pecado y darles a todos los que ponen su fe en Él una relación nueva y vital con Dios.
Décadas después de haber escrito el himno, Brooks le escribió una carta a un amigo, donde describe el resultado de esa relación en su propia vida: «No puedo decirte cuán personal se me torna esto. Él me conoce y yo lo conozco. No es ninguna figura del lenguaje. Es lo más real del mundo, y cada día se hace más real. Y me maravilla pensar cuánto aumentará a medida que pasen los años».
La segura calma de la presencia de Dios en su vida refleja uno de los nombres de Jesús profetizados por Isaías: «la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Isaías 7:14). El Evangelio de Mateo nos da el significado de este nombre hebreo: «Dios con nosotros» (1:23).
Dios se acercó a nosotros a través de Jesús, para que pudiéramos conocerlo personalmente y estar con Él para siempre. Su amorosa presencia con nosotros es el regalo más maravilloso.