En la década de 1960, la bulliciosa localidad de North Lawndale, al oeste de Chicago, era pionera como comunidad interracial. Un puñado de afroamericanos de clase media compró allí casas por «contrato», lo cual combinaba la responsabilidad de ser dueño de la vivienda, pero con las desventajas de una renta. En ese tipo de contrato, el comprador no acumulaba capital, y si dejaba de cumplir con un pago, perdía de inmediato su anticipo, los pagos mensuales e incluso la propiedad. Los inescrupulosos vendían a precios inflados, y luego, las familias eran desalojadas si no pagaban. Otra familia compraba del mismo modo, y el ciclo de codicia continuaba.

Samuel designó a sus dos hijos como jueces sobre Israel, y a ellos los impulsaba la codicia: «no anduvieron los hijos por los caminos de su padre» (1 Samuel 8:3); «se volvieron tras la avaricia» y usaron su posición para ganancia personal. Ese comportamiento injusto desagradó a los ancianos de Israel y a Dios, lo que generó una sucesión de reyes que llenan las páginas del Antiguo Testamento (vv. 4-5).

Negarse a andar en los caminos de Dios hace crecer las injusticias. Andar en sus caminos significa que nuestras palabras y acciones son honestas y justas, y hacen que otros vean y honren a nuestro Padre celestial.