Lee la vida de Abraham y verás que él fue llamado a hacer “entregas” durante toda su vida. ¿Qué es la fe? La fe es la entrega de uno mismo a Dios y la confianza en Él en todos los aspectos. Eso es fe. Una vida de fe es una vida de entrega a Dios y, por lo tanto, una vida donde Dios ocupa el lugar principal, en reemplazo de cualquier otra cosa.
Cuando Abraham estaba en Ur de los caldeos, Dios lo llamó a que dejara a sus padres y a su parentela y se dirigiera al lugar que se le mostraría. Abraham respondió con fe; por la fe él dejó su lugar natal y su familia. Salió de Ur y se estableció en Harán por algunos años, hasta que Dios se llevara a su padre. Nuevamente, Dios se le apareció y lo llamó, y él dejó Harán. Después de llegar a la tierra prometida, se encontró con un tiempo de hambre y descendió a Egipto en busca de alimento. Nuevamente, Dios lo llamó a salir de Egipto, y salió de allí con riquezas. Él y su sobrino Lot tenían tanto ganado que ya no podían compartir las pasturas. Los pastores de ambos comenzaron a discutir y Abraham tuvo que pedir a Lot que partiera, dejando que el sobrino escogiera el sitio que prefería. Así, Abraham tuvo que dejar a Lot.
Mientras peregrinaba en la tierra prometida, Abraham aun no tenía hijos. Dios había prometido darle descendientes como el polvo de la tierra y las estrellas del cielo. Finalmente, engendró a Ismael, de Agar, esclava egipcia de su esposa. Él amaba a Ismael, pero, aun así, tuvo que abandonarlo, pues Dios le ordenó: “Deja ir a Ismael”.
Finalmente, Dios le dio a Isaac, su hijo con Sara, el hijo de la promesa. Todas las promesas de Dios estaban centralizadas en aquél hijo. Sorprendentemente, en Génesis 22 leemos que Dios llamó a Abraham y le probó, diciendo: “Abraham, anda al monte Moriá que está a tres días de viaje de aquí, y ofrece tu hijo, tu único y amado Isaac, como holocausto”. El holocausto era una ofrenda totalmente para Dios; de él no sobraba nada, a no ser cenizas. Entonces, Abraham, sin vacilar, se levantó bien temprano y emprendió el viaje con su hijo. Viajó tres días; tuvo bastante tiempo para pensar y ponderar, pero aun así no volvió atrás. Fue al monte Moriá, edificó un altar, amarró a su hijo y tomó un cuchillo para sacrificarlo. Recién entonces, Dios le ordenó que se detuviera. ¡Eso sí que es entrega total a Dios!