Cuando Juan, que dirigía el burdel más grande de Londres, fue encarcelado, creía y afirmaba equivocadamente: Pero soy un buen tipo. En la cárcel, decidió asistir al estudio bíblico para obtener torta y café, pero le impactó la alegría que parecían tener los otros presos. Comenzó a llorar durante la primera canción, y luego, recibió una Biblia. La lectura del profeta Ezequiel lo cambió, al sacudirlo «como un rayo». Leyó: «Y apartándose el impío de su impiedad que hizo, y haciendo según el derecho y la justicia, hará vivir su alma. […] no morirá» (18:27-28). La Palabra de Dios lo impactó, y se dio cuenta de que no era un buen tipo, sino que era malvado y necesitaba cambiar. Mientras oraba con el pastor, dijo: «Encontré a Jesucristo y Él me cambió».
Estas palabras de Ezequiel se las dijeron al pueblo de Dios cuando estaba exiliado. Aunque se habían alejado del Señor, Él anhelaba que fueran liberados de sus ofensas y se hicieran «un corazón nuevo y un espíritu nuevo» (v. 31). Esas palabras ayudaron a Juan a convertirse y a vivir (v. 32), a medida que siguió a Jesús, Aquel que llama a los pecadores a arrepentirse (Lucas 5:32).
Que respondamos a la obra del Espíritu de convicción de pecado para que nosotros también podamos disfrutar de perdón y libertad.