Cuando la alarma del reloj de Silvia suena todos los días a las 3:16 de la tarde, hace una pausa para alabar. Da gracias a Dios y lo alaba por su bondad. Aunque se comunica con Dios durante todo el día, le encanta apartar ese tiempo porque la ayuda a disfrutar de una íntima comunión con Él.
Inspirada en su gozosa devoción, decidí establecer un horario cada día para dar gracias a Cristo por su sacrificio en la cruz y pedir por los que aún no son salvos. Me pregunto qué sucedería si todos los creyentes se detuvieran de alguna manera para alabar al Señor y orar por otros todos los días.
La imagen de una hermosa ola de oración que llega hasta los confines de la tierra resuena en el Salmo 67, donde el salmista ruega por la gracia de Dios y proclama su deseo de dar a conocer su nombre en todas las naciones (vv. 1-2). Canta: «Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben» (v. 3). Celebra su gobierno soberano y su guía fiel (v. 4). Como un testimonio viviente del gran amor y las abundantes bendiciones de Dios, guía al pueblo en una jubilosa alabanza (vv. 5-6).
La constante fidelidad de Dios hacia sus hijos amados nos inspira a alabarlo. Y al hacerlo, otros pueden unirse para confiar en Él, honrarlo, seguirlo y proclamarlo Señor.