Asiste a un rodeo en el que compitan para enlazar un animal desde un caballo, y los verás: participantes con cuatro dedos y un muñón donde debería estar el pulgar. Es una lesión habitual en este deporte: el pulgar queda atrapado entre la soga por un lado y un animal tironeando del otro, y por lo general, el dedo es el perdedor. Esta lesión no termina con la carrera del competidor, pero sí cambia las cosas. Sin el pulgar, intenta cepillarte los dientes, abotonar una camisa, peinarte, atarte los zapatos o incluso comer. Este pequeño y pasado por alto miembro del cuerpo tiene un papel fundamental.
El apóstol Pablo señala un escenario similar en la iglesia. Aquellos que suelen ser menos visibles o que se escuchan menos experimentan a veces un «no te necesito» de parte de otros (1 Corintios 12:21). A menudo, esta idea se refleja solo en actitudes, pero en ocasiones, se dice en voz alta.
Dios nos llama a mostrar igual interés y respeto unos por otros (v. 25). Todos los creyentes somos parte del cuerpo de Cristo (v. 27), sean cuales sean los dones que hayamos recibido, y nos necesitamos mutuamente. Algunos son ojos u oídos —por decir así—, y algunos son pulgares. Pero todos tenemos una función vital en el cuerpo de Cristo, la iglesia; y a veces, más de lo que parece.