Cuando era joven, me imaginaba casada con mi novio de la escuela secundaria… hasta que cortamos. El futuro se me presentaba vacío y luchaba con qué hacer de mi vida. Por fin, sentí que Dios me guiaba a servirlo sirviendo a otros, y me inscribí en un seminario. Entonces, la realidad me enfrentó con dureza al tener que dejar mis raíces, amigos y familia. Para responder al llamado de Dios, tenía que irme.
Jesús caminaba junto al mar de Galilea, cuando vio a Pedro y Andrés que arrojaban redes al mar, ganándose la vida con la pesca. Entonces, los invitó: «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres» (Mateo 4:19). Luego, vio a otros dos pescadores —Jacobo y su hermano Juan— y les hizo una invitación similar.
Cuando aquellos discípulos fueron con Jesús, también dejaron algo. Pedro y Andrés, «las redes» (v. 20); Jacobo y Juan, «la barca y a su padre» (v. 22). Y Lucas lo expresa de este modo: «Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron» (Lucas 5:11).
Cada llamado para seguir a Jesús, incluye un llamado a dejar otra cosa. Red, barca, padre, amigos, hogar. Dios nos invita a todos a tener una relación con Él; y luego, nos llama a cada uno a servir.