Física, mental y emocionalmente agotada, me acurruqué en mi sillón. Con la guía de Dios, nos habíamos mudado de California a Wisconsin. Cuando llegamos, nuestro auto se  averió y estuvimos dos meses sin vehículo. Los problemas de movilidad por razones de salud, tanto de mi esposo como mío, nos dificultaban desempacar. Descubrimos que nuestra casa «nueva para nosotros», pero vieja, tenía problemas costosos. Y aunque nuestro nuevo cachorro nos alegraba mucho, criar a esa bola de energía era más trabajo del esperado. Entonces, me amargué. ¿Cómo podía tener una fe inquebrantable con tantas dificultades?

Mientras oraba, Dios me recordó al salmista cuya alabanza no dependía de las circunstancias. David manifestaba sus emociones —a menudo, con gran vulnerabilidad— y buscaba refugio en la presencia de Dios (Salmo 16:1). Al reconocer al Señor como proveedor y protector (vv. 5-6), lo alababa y seguía su consejo (v. 7). Afirmaba que «no [sería] conmovido» porque puso sus ojos «siempre» en Él (v. 8). Por lo tanto, se regocijaba y descansaba seguro en el gozo de la presencia de Dios (vv. 9-11).

Nosotros también podemos deleitarnos en saber que nuestra paz no depende de las circunstancias. Al dar gracias a Dios por lo que Él es y será siempre, su presencia reavivará nuestra fe.