Cuando salía a caminar, el escritor Martin Laird solía encontrar a un hombre que llevaba cuatro terrier Kerry Blue. Tres corrían desenfrenados por los campos, pero uno permanecía cerca de su dueño, corriendo en pequeños círculos. Cuando Laird por fin se detuvo y preguntó sobre ese comportamiento extraño, el hombre le explicó que era un perro rescatado que había pasado la mayor parte de su vida enjaulado. El animal seguía corriendo en círculos como si todavía estuviera confinado a la jaula.
La Escritura revela que nosotros estamos atrapados y sin esperanza, a menos que Dios nos rescate. El salmista habló acerca de ser afligido por un enemigo, rodeado de «ligaduras de muerte» que le «tendieron lazos» (Salmo 18: 4-5). Encerrado y aprisionado, clamó a Dios por ayuda (v. 6). Y con un poder atronador, el Señor «desde lo alto; [lo] tomó» (v. 16).
Dios puede hacer lo mismo con nosotros. Puede romper las cadenas y sacarnos de las jaulas que nos encierran. Puede liberarnos y llevarnos «a lugar espacioso» (v. 19). Qué triste es cuando seguimos corriendo en círculos pequeños, como si continuáramos en nuestras viejas prisiones. En su poder, no sigamos atados al temor, la vergüenza o la esclavitud. Dios nos ha rescatado. Corramos libres.