En 2009, el condado de Los Ángeles dejó de cobrarles a las familias el costo del encarcelamiento de los hijos. De todos modos, los que tenían deudas previas a la nueva política, tenían la obligación de pagarlas. Luego, en 2018, el condado canceló toda deuda pendiente.

A algunas familias, esa cancelación las ayudó enormemente en su lucha por sobrevivir. No tener embargos sobre sus propiedades o salarios significó poder poner más comida en la mesa. Fue por esta clase de dificultad que Dios llamó a perdonar las deudas cada siete años (Deuteronomio 15:2). No quería que perjudicaran a la gente para siempre.

Como lo israelitas tenían prohibido cobrar intereses cuando prestaban dinero a sus congéneres (Éxodo 22:25), lo que los motivaba no era obtener ganancias, sino ayudar a los que atravesaban dificultades; quizá debido a una mala cosecha. Cada siete años, esas deudas debían perdonarse, y así habría menos pobreza (Deuteronomio 15:4).

Hoy en día, los creyentes no estamos sujetos a esas leyes, pero Dios podría ocasionalmente instarnos a perdonar una deuda para que aquellos en dificultades puedan comenzar a contribuir a la sociedad. Cuando mostramos misericordia y generosidad a otros, exaltamos el carácter de Dios y brindamos esperanza a la gente.