Miré las colinas verdes y ondulantes de Lancashire, en el norte de Inglaterra, y noté las cercas de piedra que encerraban algunas ovejas que vagaban por allí. Nubes esponjosas recorrían el cielo despejado, mientras yo inhalaba profundamente, absorbiendo el paisaje. Cuando le mencioné encantada la maravillosa escena a la mujer que trabajaba en el centro de retiro que estaba visitando, ella dijo: «Sabe, nunca lo había notado, hasta que nuestros huéspedes lo señalaron. Hemos vivido aquí por años, y cuando éramos granjeros, ¡esto era simplemente la oficina!».

Con cuánta facilidad podemos pasar por alto el regalo que tenemos delante; en especial, la belleza que forma parte de nuestra vida y cómo obra Dios a nuestro alrededor y en nosotros cada día.

El apóstol Pablo, escribiendo a los efesios, anhelaba que Dios les diera sabiduría para que lo conocieran mejor (Efesios 1:17), y oraba para que sus corazones fueran iluminados para saber sobre la esperanza y el poder de Dios, y el futuro prometido (vv. 18-19).

El Espíritu de Dios puede despertarnos a la realidad de la obra de Dios en y a través de nosotros. Con Él, lo que antes pudo parecer «simplemente la oficina», se vuelve un lugar que muestra su luz y su gloria.