En West with the Night [Al oeste con la noche], Beryl Markham detalla su trabajo con Camciscan, un enérgico caballo al que tenía que domar. Camciscan era igual a ella. Por más estrategia que empleara, nunca pudo domar por completo al orgulloso semental, atribuyéndose solo una victoria sobre su terca voluntad.
¿Cuántos nos sentimos igual en la lucha por domar nuestra lengua? Además de comparar la lengua con el freno en la boca de un caballo o el timón de un barco (Santiago 3:3-5), Santiago también se lamenta: «De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así» (v. 10).
Entonces, ¿cómo podemos triunfar sobre la lengua? El apóstol Pablo ofrece un consejo para domarla. Primero, decir solo la verdad (Efesios 4:25); desde luego, sin lastimar. Luego, agrega: «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación» (v. 29). También podemos sacar la basura: «Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia» (v. 31). ¿Es fácil hacerlo? No, si lo intentamos solos. Gracias a Dios, tenemos el Espíritu Santo que nos ayuda.
Tal como descubrió Markham, se necesitó constancia para ganar la batalla de voluntades contra Camciscan. Lo mismo sucede con domar la lengua.