Joel y Laura decidieron regresar a su lugar de origen en Michigan. Para llevarse un último recuerdo especial, se detuvieron en su librería predilecta y compraron dos adhesivos para el automóvil, con la frase favorita de la ciudad de la que se despedían: «Nada como un día en Edmonds».
Después de 4.800 kilómetros de viaje, llegaron a su destino. Con hambre y deseosos de celebrar la llegada, se detuvieron y preguntaron por un restaurante. Aunque tuvieron que retroceder algunos kilómetros, encontraron una pintoresca cafetería. Ema, la camarera, emocionada al saber que venían del estado donde ella había nacido, preguntó: «¿De qué ciudad?». «De Edmonds», contestaron ellos. «¡Yo soy de ahí!», exclamó la joven. Joel quiso compartir la alegría con ella, entonces, sacó uno de los adhesivos que tenía y se lo dio. Asombrosamente, ¡era de la tienda de la madre de la muchacha! Había pasado de las manos de su mamá a la de ellos, y, después de mucha distancia, a las de ella.
¿Una mera casualidad? ¿O esas experiencias fueron buenas dádivas preparadas por un Dios bondadoso a quien le encanta alentar a sus criaturas? Proverbios afirma: «Por el Señor son ordenados los pasos del hombre» (20:24 lbla). Por eso, bendigamos «su nombre; porque el Señor es bueno» (Salmo 100:4-5).