El cantautor Robert Hamlet le escribió una canción a su madre por su determinación a orar por sus hijos todas las mañanas antes de que fueran a tomar el autobús. Cuando una joven madre lo escuchó cantarla, se comprometió a orar por su propio hijito. ¡El resultado fue enternecedor! A los cinco minutos, volvió… ¡acompañado de cinco amigos! La madre se sorprendió y preguntó qué pasaba, y él respondió: «Sus mamás no oraron con ellos».
En Efesios, Pablo nos insta a orar «en todo tiempo con toda oración y súplica» (6:18). Demostrar nuestra dependencia diaria de Dios es vital en una familia, ya que muchos niños aprenden desde temprano a hacerlo al observar la fe genuina de las personas más cercanas a ellos (2 Timoteo 1:5). La mejor manera de enseñarles a nuestros hijos la importancia suprema de la oración es orar por y con ellos. Es una de las maneras en que empiezan a percibir la imperiosa necesidad de acudir personalmente a Dios con fe.
Cuando instruimos «al niño en su camino», siendo un modelo de «fe no fingida» en Dios (Proverbios 22:6; 2 Timoteo 1:5), le damos un regalo especial, una seguridad de que el Señor está siempre presente en nuestras vidas, amándonos, guiándonos y protegiéndonos continuamente.