El embarazo de Kelly empezó a complicarse y, después de un largo trabajo de parto, los médicos decidieron hacerle una cesárea. Sin embargo, Kelly olvidó pronto su dolor al sostener en sus brazos a su bebé. La alegría había desplazado la angustia.
La Escritura afirma: «La mujer cuando da a luz, tiene dolor […]; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo» (Juan 16:21). Jesús usó esta ilustración con sus discípulos para enfatizar que, aunque sufrirían porque pronto Él los dejaría, ese dolor se transformaría en gozo cuando volvieran a verlo (vv. 20-22).
Jesús se refería a su muerte y resurrección… y a lo que seguiría. Después de su resurrección, pasó otros 40 días con los discípulos antes de ascender al cielo (Hechos 1:3). Sin embargo, no los dejaría sin consuelo. El Espíritu Santo los llenaría de gozo (Juan 16:7-15; Hechos 13:52).
Aunque nunca hemos visto a Jesús cara a cara, como creyentes, tenemos la seguridad de que, un día, lo haremos. Ese día, la angustia que sufrimos en esta Tierra quedará en el olvido. Pero, hasta entonces, el Señor no nos dejó sin alegría… nos ha dado su Espíritu (Romanos 15:13; 1 Pedro 1:8-9).