La abuela no hablaba con nadie ni pedía nada en la residencia de ancianos. Parecía que apenas si existía, mientras se mecía en su vieja silla chirriante. Como no tenía muchos visitantes, una joven enfermera solía ir hasta su habitación cuando tenía un momento libre. No le hacía preguntas para intentar que hablara; simplemente, acercaba otra silla y se mecía con ella. Después de varios meses, la anciana le dijo: «Gracias por mecerte conmigo». Estaba agradecida por la compañía.
Antes de regresar al cielo, Jesús prometió enviarles un compañero constante a sus discípulos. Les dijo que no los dejaría solos, sino que les enviaría al Espíritu Santo para que estuviera en ellos (Juan 14:17). Esa promesa sigue teniendo vigencia para los que creen en Jesús hoy. Él dijo que el Dios trino hará su «morada» en nosotros (v. 23).
El Señor es nuestro compañero íntimo y fiel durante toda la vida. Nos guiará en nuestras peores luchas, perdonará nuestro pecado, escuchará cada oración silenciosa y cargará con lo que nosotros no podemos llevar.
Podemos disfrutar de su dulce compañía hoy.