Hace poco, mientras viajaba en avión, observé a una madre y sus hijos. Uno de los pequeños jugaba tranquilo, y ella miraba a los ojos a su recién nacido, le sonreía y le acariciaba la mejilla. Él la contemplaba extasiado. Disfruté del momento con cierta melancolía, al pensar en mis propios hijos a esa edad y en la etapa que ya había pasado.
Sin embargo, reflexioné sobre las palabras del rey Salomón en el libro de Eclesiastés sobre «cada actividad bajo el cielo» (3:1 NTV). Mediante una serie de opuestos, él expresa que «todo tiene su tiempo» (v. 1): «tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado» (v. 2). Quizá el rey Salomón se desesperaba en esos versículos al ver lo que percibía como el ciclo insignificante de la vida. Pero también reconoció el rol de Dios en cada etapa: que nuestro trabajo es un «don de Dios» (v. 13) y que «todo lo que Dios hace será perpetuo» (v. 14).
Podemos recordar épocas de nuestra vida con nostalgia, como cuando recordaba a mis hijos cuando eran bebés. Sin embargo, sabemos que el Señor promete estar con nosotros en cada etapa de nuestra vida (Isaías 41:10). Podemos contar con su presencia y descubrir que nuestro propósito está en caminar con Él.