Como vivo en Colorado, en Estados Unidos, escalo montañas. Los fines de semana, en verano, veo excursionistas ocasionales que no tienen idea de lo que están haciendo. Con sandalias, pantalones cortos, camisetas y un solo recipiente de agua, comienzan a subir un sendero a media mañana. No llevan mapa, ni brújula ni ropa para lluvia.
Un vecino mío, voluntario de Rescate Alpino, me ha contado historias de turistas que fueron rescatados de una muerte segura después de desviarse de una senda. Sin importar las circunstancias, Rescate Alpino siempre responde a un pedido de ayuda. Jamás han sermoneado a un turista desventurado, diciendo: «Bueno, ya que ignoraste las reglas del parque natural, tendrás que soportar las consecuencias». Su misión es rescatar. Buscan a todo excursionista necesitado, lo merezca o no.
El mensaje central de la Biblia habla de rescatar. Pablo señala que ninguno de nosotros «merece» la misericordia de Dios y que no podemos salvarnos a nosotros mismos. Tal como un excursionista extraviado, lo único que podemos hacer es pedir ayuda. Citando al salmista, el apóstol dice: «No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios» (Romanos 3:10-11; Salmo 14:1-3).
La buena noticia del evangelio es que, a pesar de nuestra condición, Dios nos está buscando y responde a todo pedido de ayuda. Se podría decir que el Señor se ocupa de la tarea de rescate.