Una mañana fría y escarchada, mientras caminábamos con mi hija a la escuela, nos encantó ver cómo nuestro aliento se convertía en vapor, y nos reíamos ante las diferentes figuras que podíamos hacer. Ese momento me pareció un regalo, tanto por el deleite de estar con ella como por estar viva.
Nuestro aliento, que suele ser invisible, se percibía en el aire frío, y eso me hizo pensar en la Fuente de nuestro aliento y vida: Dios, nuestro Creador. Aquel que formó a Adán del polvo de la tierra y sopló en él aliento de vida, también nos da vida a nosotros y a todo ser viviente (Génesis 2:7). Todas las cosas proceden de Él; incluso nuestra propia respiración… inhalamos y exhalamos sin siquiera pensarlo.
Con todas las comodidades y las tecnologías de que disponemos, tal vez tendamos a olvidarnos de nuestros comienzos y que Dios es quien nos da la vida. Sin embargo, cuando hacemos una pausa para pensar que Él es nuestro Creador, podemos agregar a nuestras rutinas diarias una actitud de gratitud, pedirle al Señor que nos ayude y reconocer con un corazón humilde y agradecido el regalo de la vida. Que esta gratitud impacte e incentive a otros, para que ellos también den gracias al Señor por su bondad y fidelidad.