Esta pregunta es una respuesta común cuando a la gente se la confronta con el evangelio. La gente sabe que es pecadora, pero se consuela a sí misma pensando que no es peor que la mayoría. A pesar de sus pecados y faltas, puede que trate de vivir por un conjunto de valores morales coherentes. Siempre y cuando tenga normas y trate de ser consecuente con ellas, asume que está bien desde la perspectiva de Dios, o al menos que es tan buena como cualquier otra persona.

Aunque esta reacción es típica, es equivocada. Ser una persona moral no excluye a nadie de la necesidad de la gracia de Dios. La mayoría de la gente se considera moral. Incluso monstruos como Stalin y Hitler tenían racionalizaciones para justificar sus atrocidades. Si no hubieran tenido normas morales para dar cierta coherencia y capacidad de predecir su conducta, nunca hubieran podido atraer seguidores ni crear una base de poder político. Todo el mundo sabe que hay honor entre los ladrones; de lo contrario, los delincuentes no podrían cooperar. Hasta los más atroces caníbales y despiadados piratas tienen ciertas normas morales.

La gente que pregunta por qué los condenaría Dios por no ser peores que los demás no ha tenido en cuenta que el mal ha contaminado a todo miembro de nuestra raza. Tampoco ven lo gravemente que el efecto acumulativo del pecado individual ha corrompido a la sociedad humana. Ser conscientes del pecado es un regalo del Espíritu de Dios, pero es un regalo que no queremos recibir naturalmente. Aunque la conciencia de pecado es necesaria para el arrepentimiento, la salvación y el crecimiento espiritual, también implica sufrimiento.

Isaías fue uno de los más grandes profetas y uno de los más dotados escritores de las Escrituras. Su don era una señal de honor y bendición divinas, pero tuvo que pagar un precio por él. Recibió una abrumadora visión de la santidad de Dios. Pero también sintió la agonía de ser consciente de su propia maldad y de la maldad de su pueblo:

¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. (Isaías 6:5).

La conciencia de la propia enfermedad moral de uno siempre viene antes del crecimiento espiritual. Jesús expresó esto claramente en muchas de sus afirmaciones y parábolas (Mateo 9:13; Lucas 15:3-7; 18:10-14). También los apóstoles Pedro (2 Pedro 3:9) y Pablo (Romanos 3:10-31).

Pocos de nosotros alcanzan la infamia de un Hitler, un Pol Pot o un Idi Amín. Pero el pecado en cada una de nuestras vidas contribuye a un mundo malvado que lleva a monstruos como esos al poder. Cada uno de nosotros está tan desfigurado por el pecado que no es sorpresa que no queramos admitir nuestra fealdad. Sólo con la ayuda sobrenatural de Dios podemos empezar a vernos objetivamente.