En el universo hay una evidencia abrumadora de la existencia de Dios (Salmo 19:1). Pero no se puede forzar a nadie a creer en Dios. La naturaleza infinita de Dios hace que sea imposible comprenderlo directamente (1 Timoteo 1:17; 6:16). Puesto que Dios es Espíritu, las conclusiones sobre los inicios del universo tienen que sacarse del mundo creado y de las cosas que Dios ha hecho en él. Aquí en el mundo creado, la evidencia del poder eterno de Dios y de su naturaleza divina es tan abrumadora que la única opción es creer en Él (Romanos 1:20). Aunque algunos aspectos de la naturaleza de Dios -su santidad y amor, por ejemplo- han sido oscurecidas por la caída del hombre (véase ¿Por qué un Dios todopoderoso permite el mal? Y ¿Por qué permite Dios que les pasen cosas malas a la gente «buena»?»), es la incredulidad en la existencia y el poder de Dios lo que es irracional, no la creencia. 1  Asumir que el universo no es más que un accidente cósmico está contra todo lo que experimentamos. Todo lo que percibimos con nuestros sentidos tiene una causa: ¿por qué no el universo?

Hay una tendencia extraordinariamente humana a ignorar lo obvio. Todos damos por sentado muchas de las cosas más importantes de nuestra vida (la seguridad, la familia, la salud). De la misma forma, todos tendemos a dar por sentado el universo y sus misterios. En vez de hacer las preguntas obvias como «¿Por qué hay un universo y por qué estoy aquí?» y «¿Cómo es que existe este universo y por qué existo yo?», permitimos que una noción superficial de conocimiento científico nos desvíe de la justa y apropiada sensación de maravilla que deberíamos experimentar.

La Biblia, la Palabra escrita de Dios, nos ofrece las verdades esenciales sobre Dios:

Dios hizo a lo seres humanos a Su imagen (Génesis 1:26-27), pero todavía formamos parte del mundo material. Cada uno de nosotros tuvo un principio específico, y ha estado limitado por la experiencia tridimensional y el paso del tiempo. Como estamos inmersos en el tiempo y el espacio nos sentimos abrumados y confundidos al tratar de entender, o incluso imaginar, a un Dios eterno (Job 36:26; Isaías 40:28).

Como indicamos antes, mucha gente sencillamente opta por ignorar la abrumadora evidencia experimental y natural de la existencia de Dios. Después de todo, la fe es una decisión del corazón. Una mente entenebrecida por un corazón rebelde es incapaz de percibir a Dios (Isaías 44:18,20; Romanos 1:18-23). 2 

Para resumir: El Dios eterno es trascendente, no parte de la creación. La existencia de Dios no se puede «probar» de la manera en que la ciencia puede probar o refutar un hecho sobre el mundo material (Hebreos 11:1). Somos seres espirituales, creados a imagen de Dios, conscientes de nuestra propia existencia y capaces de elegir. Si escogemos creer que no hay Dios y que el universo no es más que un accidente fantásticamente complejo, nuestra decisión conducirá inevitablemente a la conclusión de que la vida es absurda y no tiene significado. Vivir sin significado es una lucha desesperanzada, en el mejor de los casos, y siempre termina en desesperación. Pero si creemos en el Dios de la Biblia, no sólo tenemos una razón para creer en la significación de la vida, sino que también tenemos la seguridad de ver el reino de Dios con nuestros propios ojos.

Porque el Alto y Sublime que habita en la eternidad y cuyo nombre es santo dice: «Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados» (Isaías 57:15).


Notas

  1. Hay muchos ejemplos bíblicos de personas voluntariosas que ignoraron las más espectaculares demostraciones de la presencia y el poder de Dios. Considere estos: Faraón (Éxodo 11:10), los israelitas (Éxodo 32:1-4), Acab (1 Reyes 18:38-39), los enemigos de Jesús (Marcos 3:22).
  2. Hoy día, la ideología de la evolución naturalista está perdiendo terreno. Tanto los laicos como los científicos se hacen cada vez más conscientes de que el universo y la vida que hay en él son demasiado complejos como para haber sido un mero accidente. La llamada «explosión» [o Big Bang, como se conoce en inglés] (que se mencionó hace más de 3.000 años en Génesis 1:3) puso en movimiento una serie de acontecimientos creativos tan complejos y perfectos que toda la sabiduría científica que ha acumulado el hombre apenas ahora empieza a explorar. Dentro del limitado tiempo de apenas 15 ó 20 mil millones de años (si se aceptan las estimaciones actuales), ha habido tal proeza en la ingeniería cósmica a una escala tan grande que los observadores objetivos se están quedando callados y se sienten humillados, de la misma forma en que Isaías se sintió empequeñecido por la visión de la inconcebible grandeza de Dios (Isaías 40:21-23).