Cuando la experiencia de Ana se combina con el resto de las Escrituras, comenzamos a ver algunas de las muchas razones por las que debemos dar más valor, no a nuestras emociones, sino a la sabiduría de Dios.
Estoy seguro de que te ha sucedido. Llamas a la casa que distribuye tu marca de automóvil y pides el taller de mecánica. Una voz alegre te dice: “¿Puede esperar un momento?” Segundos más tarde comienza a sonar una música de ascensor. De vez en cuando, una grabación te asegura que tu llamada será contestada. Esperas y esperas, imaginando que una conversación tonta acerca del partido de la noche anterior o de algún programa de televisión es lo que te mantiene en el limbo. Después de un rato, estás listo para colgar. ¡Te tomaría menos tiempo subir al automóvil e ir personalmente al lugar!
A veces, parece que Dios nos ha dejado esperando en la línea. Puede que esté obrando grandes cosas en nuestras vidas, pero nuestra petición más acariciada y profunda no recibe respuesta. Sabemos que Él sigue ahí, pero, sencillamente, no contesta.
Ana, la del Antiguo Testamento, sabía lo que era sentirse rechazada por Dios (1 Samuel 1:1-18). Era una de las esposas de un hombre llamado Elcana. Penina, la otra esposa, le había dado hijos, pero Ana era estéril en una época en que la esterilidad se consideraba señal de la desaprobación de Dios. Para empeorar las cosas, Penina se deleitaba cruelmente burlándose de la esterilidad de Ana siempre que la familia hacía el viaje anual a la casa de Dios a ofrecer sacrificios.
La angustia de Ana duró años a pesar de que era una mujer piadosa y fiel. Oró una y otra vez, y, sin embargo, Dios no contestaba. En uno de los viajes a la casa de Dios, lloró tan amargamente y estaba tan fuera de sí, que el sacerdote que presidía el servicio la acusó de estar ebria.
Sin embargo, ahí no termina la historia de Ana. En el tiempo de Dios, y justo en el momento adecuado, Dios le dio un hijo. Ana llegó a ser la madre de Samuel (vv. 19-20), quien a su vez se convirtió en un sacerdote y profeta que cambiaría el curso de la historia.
En el tiempo de Dios, la sensación de rechazo espiritual de Ana cambió a gozo. En un abrumador canto de alabanza a Dios, Ana mostró que su anhelo más profundo no era un hijo, sino saber que Dios la aceptaba y la aprobaba (2:1-10). Con el tiempo, la amargura de Ana se convirtió en gozo. Su experiencia mostraría a todas las generaciones posteriores que lo que cuenta no es si Dios contesta o no nuestras oraciones en ese momento, sino si estamos esperando humildemente a que Él actúe en su sabiduría y en su tiempo.
Cuando la experiencia de Ana se combina con el resto de las Escrituras, comenzamos a ver algunas de las muchas razones por las que debemos dar más valor, no a nuestras emociones, sino a la sabiduría de Dios.
Confianza en la perspectiva de Dios. Nuestra perspectiva es como mirar por un agujerito. No podemos ver el cuadro completo. Si pudiésemos, veríamos que lo que anhelamos puede no ser bueno para nosotros o para los que amamos. ¡Cuántas veces he dado gracias a Dios por no haberme concedido todo lo que le pedí! ¡Cuánto mejor me hubiese ido si hubiese mezclado mis oraciones con el conocimiento de que solo cuando lleguemos al cielo veremos el cuadro completo! Entonces “conoce[remos] como fui[mos] conocido[s]” (1 Corintios 13:12). P. T. Forsythe escribió:
“Un día, llegaremos a un cielo donde veremos agradecidos que las grandes negativas de Dios eran a veces las verdaderas respuestas a nuestras oraciones”.
Confianza en la sabiduría de Dios.
Dios conoce nuestra más profunda necesidad. Una madre soltera oró por dos mil dólares para aliviar su situación económica. Dios negó la petición como ella la presentó. En lugar de darle el dinero le proporcionó un empleo adecuado. Luego, le dio una amiga que la ayudó a aprender a manejar sus finanzas. Con el tiempo, pudo mirar atrás y ver que Dios sí contestó su oración, pero de una manera que reflejaba su sabiduría.
Lo mejor de todo fue que la confianza de ella en Dios aumentó.
Confianza en el tiempo de Dios. La casa se vende más tarde de lo que deseábamos o el bebé llega dos semanas antes de lo esperado. El tiempo de Dios siempre es el mejor debido a su habilidad para ordenar las circunstancias de nuestras vidas.
Confianza en la bondad de Dios. Es posible que hayamos orado durante largo tiempo para que nuestro cónyuge nos trate con más respeto, pero eso no sucederá hasta que Dios nos lleve a dejar de desacreditar a nuestro esposo o esposa en público.
Es posible que la respuesta no llegue porque rehusamos perdonar a alguien, o porque estamos controlados por una obsesión, o ardemos de ira de tal manera que nuestra santidad se ha corrompido. O pedimos “mal” para abandonarnos a algún deseo vil (Santiago 4:3). Necesitamos examinarnos, confesar y arrepentirnos antes de que nuestra oración sea contestada.
Oswald Chambers entendía que la espera es parte de la oración. Acerca del versículo que habla de “la necesidad de orar siempre y no desmayar” (Lucas 18:1), escribió:
Jesús enseñó a sus discípulos la oración de la paciencia. Si estás bien con Dios y Él retrasa la respuesta a tu oración, no le juzgues mal. No pienses de Él que es un amigo cruel, o un padre desnaturalizado, o un juez injusto, sino sigue orando. Tu oración será ciertamente contestada porque “todo el que pide recibe”. Ora y no te rindas. Tu Padre celestial lo explicará todo un día. Aún no puede hacerlo porque está forjando tu carácter. “A la porra con el carácter —dices—. Quiero que conteste mi petición.” Y Él contesta: “Lo que estoy haciendo sobrepasa por mucho lo que ahora ves o sabes. Confía en mí”.
El salmista Asaf aprendió a superar la desilusión al recordar la amplia perspectiva de Dios. En el Salmo 73 dijo:
Ciertamente es bueno Dios para con Israel, para con los limpios de corazón. En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos. Porque no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres […] Verdaderamente, en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia; pues he sido azotado todo el día, y castigado todas las mañanas. Si dijera yo: Hablaré como ellos, he aquí, a la generación de tus hijos engañaría. Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos. Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente! Perecieron, se consumieron de terrores. Como sueño del que despierta, así Señor, cuando despertares, menospreciarás su apariencia. Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas. Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti. Con todo, yo siempre estuve contigo; me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre (Salmo 73:1-5,13-26).
ESPERA DISFRUTANDO A DIOS
El salmista Asaf nos mostró que confiar en Dios es más que delegar en su sabiduría. Otra manera de ganar confianza en la oración es aprender a disfrutar realmente a Dios mientras esperamos que supla nuestras necesidades. Nada de lo que esperamos se puede empezar a comparar con el privilegio de conocerlo. No hay nada más importante para nosotros que Dios mismo.
Es verdad que hay veces en que nuestros problemas nos abruman o que la sensación de desilusión y aflicción nos destroza el corazón. Al igual que Ana, tendremos momentos en los que estaremos fuera de nosotros por los anhelos frustrados. No obstante, también habrá muchas otras ocasiones en las que podremos reír de gozo por lo que Dios ha hecho por nosotros.
Confianza en lo que sabes de Dios. Mientras aprendemos a esperar a Dios, podemos comenzar a deleitarnos en lo que ya sabemos de Él. Podemos aceptar la invitación del salmista de entrar por sus puertas con acción de gracias y por sus atrios con alabanza y bendecir su nombre (Salmo 100:4).
Dale gracias. ¡Dios ha hecho tanto por ti! Si alguien hubiese hecho una décima parte de lo que ha hecho Dios, le expresarías tu gratitud profusamente. Hazlo con Él.
Gracias te damos, oh Dios, gracias te damos, pues cercano está tu nombre… Salmo 75:1
Jesús dio gracias al Padre (Lucas 10:21). Las oraciones de Pablo estaban llenas de expresiones de gratitud (Efesios 5:20). Nosotros también deberíamos dar gracias al Señor con gozo.
Alábale. Alabamos a Dios por ser quien es y le damos gracias por lo que ha hecho por nosotros. La Biblia rebosa de expresiones de alabanza al Señor:
Alabad, siervos de Jehová, alabad el nombre de Jehová. Sea el nombre de Jehová bendito desde ahora y para siempre. Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado el nombre de Jehová. Salmo 113:1-3
Otros pasajes de alabanza al Señor son Salmo 146:1, 2, 27, Hebreos 13:15 y Apocalipsis 4:11. Eleva tu alabanza a Dios en oración. Expresa tu adoración en alabanza. “Él es el objeto de tu alabanza” (Deuteronomio 10:21).
Confianza en lo que Dios ha prometido. Otra forma de disfrutar a Dios es regocijarse en las promesas que nos hace respecto a la oración. Pablo mencionó tres promesas en este clásico pasaje sobre la oración:
Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4:6-7)
La promesa de la paz de Dios. El antídoto para la ansiedad es la oración. El compromiso de Dios es darnos paz cuando echemos nuestras cargas sobre sus hombros. Muchos cristianos testifican que, en la oscura noche del temor, llevaron sus cargas al Señor, Él les dio la paz y ellos pudieron conciliar el sueño (Salmo 4:8). Por tanto, podemos regocijarnos por saber que, cuando llevemos nuestras inquietudes, cargas y ansiedades al Señor, Él nos dará la paz.
La promesa de la protección de Dios. Nuestra mente y corazón quedarán protegidos cuando oremos. Aquel que es nuestra fortaleza nos guarda cuando el enemigo ataca (Salmo 31:1-3). Por eso, podemos regocijarnos en la protección que sabemos Dios nos da.
La promesa de la presencia de Dios. Pablo lo expresó así: “Y el Dios de paz estará con vosotros” (Filipenses 4:9). En medio de nuestra tormenta, cuando pasamos por el valle, cuando más solos nos sentimos, la oración nos recuerda la presencia de Dios. Podemos regocijarnos en su promesa de estar con nosotros dondequiera que nos encontremos.
Extrato do libreto – «El valor el estres» de la serie Tiempo de Buscar de Ministerios Nuestro Pan Diario.