Establecer fuentes de quietud y crear hábitos pacíficos nos da recursos maravillosos para lograr la paz interior.

En medio de todo el alboroto de las Olimpíadas del verano de 1984 en Los Ángeles, California, hubo una muerte trágica que mucha gente pasó por alto. Boomer no sobrevivió. Boomer era un águila calva que debía volar hacia el Coliseo bajo las notas de un himno patriótico en las extravagantes ceremonias de apertura. Desafortunadamente, Boomer no pudo asistir a su actuación. Tres días antes de que empezaran las Olimpíadas murió… dicen que de estrés. Supongo que hasta las águilas se dan cuenta cuando las cosas se descontrolan. La presión de la gente fue demasiado para el ave. Sabía cómo sobrevivir a los peligros del desierto, pero no a las tensiones de la civilización.

Todos pasamos por esos momentos aplastantes en que sentimos que vamos a morir de estrés.

Podemos solidarizarnos con el pobre Boomer. Recientes investigaciones médicas nos dicen que mucha gente muere, literalmente, de estrés. Todos pasamos por esos momentos aplastantes en que sentimos que vamos a morir de estrés. Para el resto de nosotros que sentimos el castigo de la muerte emocional, las habilidades de supervivencia se vuelven cruciales.

Establecer fuentes de quietud y crear hábitos pacíficos nos da recursos maravillosos para lograr la paz interior. Cuando atacamos las raíces del estrés en nosotros y los centros de estrés crónico que nos rodean, dejamos espacio para el estrés amigable que siempre va a estar presente. Pero incluso con ese plan para lograr la paz, hay algo importante sin solucionar. ¿Cómo manejar el resto del caos, las circunstancias que no están bajo nuestro control?

Hay importantes respuestas en el relato de la tormenta más violenta que se haya experimentado en el Nuevo Testamento. Hechos 27 describe el viento huracanado del nordeste que amenazó a la nave que transportaba a Pablo para asistir a un juicio en Roma. Perdieron todo control de sus circunstancias… y, sin embargo, sobrevivieron. Y, encerradas en esa historia azotada por la tormenta, están las cuatro habilidades que necesitamos para sobrevivir a las inevitables tormentas del estrés.

A. Deshazte? de la carga? que no necesitas

Lucas, el autor de Hechos, explica la primera habilidad de supervivencia de esta forma:

… dado que la tempestad seguía arremetiendo con mucha fuerza contra nosotros, comenzaron a arrojar la carga por la borda […] con sus propias manos (Hechos 27:18-19, NVI).

Si alguien le hubiera sugerido al capitán del barco al salir que la carga, los aparejos del barco y tal vez su sillón favorito se irían por la borda, probablemente le hubiera contestado mal. Pero, cuando les azotó la tormenta, decidieron que podían arreglárselas sin algunos de los artículos que una vez estaban seguros de necesitar.

Si queremos lidiar con nuestros propios vientos huracanados, tenemos que deshacernos de la carga que no necesitamos. Claro, a veces, se necesita una tormenta para que consideremos siquiera soltar algunas cosas.

Parte de nuestra «carga adicional» puede ser cosas malas que hemos acumulado, como una relación transigente, deudas cada vez mayores, una creciente obsesión con el dinero, un hábito pecaminoso que nos enreda, una actitud crítica, cosas a las que nos aferramos hasta que una tormenta nos revela cómo nos están hundiendo.

Además existen las cargas buenas de las que podríamos tener que deshacernos también. Tendemos a acumular compromisos que, separados, son neutrales e incluso útiles. Pero, juntos, son demasiado para nosotros.

Si quieres sobrevivir a tu «huracán» personal, evalúa la carga adicional y deshazte de ella antes de que te hunda.

Una tormenta es nuestra oportunidad de cambiar. Cuando se apacigua el mal tiempo podemos volver a la misma sobrecarga o estilo de vida erróneamente sobrecargado. Eso, a la vez, podría preparar el escenario para una tormenta aún mayor. Si quieres sobrevivir a tu «huracán» personal, evalúa la carga adicional y deshazte de ella antes de que te hunda, de una manera u otra.

B. Ocúpate en las cosas que de verdad importan

Lucas nos cuenta que el «huracán Pablo» duró dos semanas. Entonces, un ángel habló con Pablo a medianoche. Este visitante introdujo una segunda habilidad de supervivencia en caso de tormenta. El apóstol dio el siguiente mensaje a la tripulación:

…no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: […] Dios te ha concedido todos los que navegan contigo (Hechos 27:22-24).

Básicamente, el ángel sencillamente había recordado a Pablo: «El barco no importa, sino la gente». Para sobrevivir a una tormenta debe usted ocuparse en las cosas que de verdad importan, y esas «cosas» por lo general son personas. Con todas las presiones que tiene la gente para lograr cosas, nuestros seres queridos pueden perderse poco a poco en los rincones de nuestra vida.

Esta negligencia no es intencionada. La mala hierba crece en el jardín, no porque la plantemos, sino porque la olvidamos. Más de un hombre deja a su esposa e hijos atrás porque va en pos de sus metas profesionales. Más de una mujer desaparece de los momentos más importantes de sus seres queridos porque se concentra en un empleo, un círculo social o una responsabilidad religiosa. Los compañeros de trabajo o empleados se pueden convertir en funciones en lugar de personas con necesidades.

Sin darnos cuenta, permitimos que los que están cerca de nosotros se conviertan en simples fuentes de información, transporte, abrazos, dinero o servicios. Por lo general, se necesita una tormenta para restaurar nuestros valores.

En la búsqueda de paz, el «barco» —el proyecto, calendario, fecha límite, organización o presupuesto— se puede perder entre las rocas. Eso es caro, pero no importa. Lo que no podemos darnos el lujo de perder es a nuestra gente. Si la tormenta te lleva de nuevo a ellos, tienes todo lo que realmente necesitas. Siempre puedes encontrar otro barco.

C. Muestra tu desesperación a Dios

Nuestra fe tiende a ser muy calmada… hasta que nos golpea una crisis. Entonces pasamos de estar de pie a arrodillarnos, y Dios se convierte en algo más que alguien que «nos ayuda»: es nuestra única esperanza.

Lucas aparentemente habló por sí mismo, y Pablo también, cuando dijo: «Ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos» (Hechos 27:20). Probablemente fue por eso que el ángel que les visitó saludó a Pablo diciendo: «Pablo, no temas» (v. 24).

Me alegro de ese pequeño vislumbre de la humanidad del apóstol. Lo tengo en tan alto pedestal, que hubiera esperado encontrarlo de pie valientemente en la proa del barco, como George Washington cruzando el río Delaware. Pero, en vez de eso, Pablo parece estar tan aterrorizado como todos los demás… e igual de desesperado. En su desesperación, encontró al «Dios de quien soy y a quien sirvo» (v. 23).

Pablo nos presenta un ejemplo de una tercera habilidad de supervivencia en una tormenta: mostrar nuestra desesperación a Dios. Los marineros del barco en el que iba Pablo percibieron que iban en dirección a las rocas…

Entonces los marineros procuraron huir de la nave, y echando el esquife al mar, aparentaban como que querían largar las anclas de proa. Pero Pablo dijo al centurión y a los soldados: Si éstos no permanecen en la nave, vosotros no podéis salvaros. Entonces los soldados cortaron las amarras del esquife y lo dejaron perderse (vv. 30-32).

A menudo, el pánico nos hace buscar un bote salvavidas en lugar del Señor. Mis botes salvavidas por lo general, han empeorado las cosas. He empleado a la gente equivocada, gastado sin sabiduría, eliminado programas demasiado pronto, forzado a la gente que amo. Una tormenta puede hacer que nos dejemos dominar por el pánico o nos puede hacer orar.

Cuando desaparecen nuestros puntos de referencia, como las estrellas de los marineros, aprendemos lo que la oración significa realmente. Despojados de toda posibilidad de auto rescate, nos echamos sobre el Señor. Nuestras oraciones no son controladas, predecibles ni en tercera persona; finalmente abrimos la mano religiosa y dejamos que Dios la llene con algo sobrenatural.

En algunos momentos de tu vida con Él, Dios te va a despojar de todos los demás recursos, dejándote únicamente con Él. Entonces descubrirás, como dijo un antiguo y sabio santo: «No sabes que Jesús es todo lo que necesitas hasta que es todo lo que te queda».

Y entonces tendrás paz, independientemente de cuánto dure la tormenta. En palabras del rey David, podrás proclamar:

Cuando en mí la angustia iba en aumento, tu consuelo llenaba? mi alma de alegría (Salmo 94:19, NVI).

D. Vuelve a una rutina saludable

Cuando el barco se dirige hacia las rocas, el almuerzo puede esperar. Sin embargo, cuando el barco de Pablo estaba a punto de encallarse, él apremió a la tripulación a que comiera. «… Este es el decimocuarto día que veláis y permanecéis en ayunas, sin comer nada. Por tanto, os ruego que comáis por vuestra salud…» (Hechos 27:33-34).

Pablo abogó aquí por una cuarta habilidad de supervivencia en una tormenta: regresar a una rutina saludable. Cuando una fuerte tormenta azota nuestro barco, nuestras rutinas diarias son generalmente lo primero que echamos por la borda. En realidad, mientras mayor es la presión, más importante es que cuidemos nuestras fuentes de fortaleza.

Más que nunca, tenemos que luchar por tener ese tiempo de calidad con nuestro Señor, nuestros cónyuges y nuestros pequeños.

Cuando empezamos a perder sueño, a dejar de comer y a no descansar, comenzamos a hundirnos. Tendemos a descuidar nuestras fuentes de tranquilidad cuando tomamos atajos. Más que nunca, tenemos que luchar por tener ese tiempo de calidad con nuestro Señor, nuestros cónyuges y nuestros pequeños. Esas rutinas saludables son las que nos mantienen fuertes tanto en los días soleados como en los de tormenta.

La tormenta nos arroja donde debemos estar. Un verso de un antiguo himno interpreta bellamente las tormentas por las que pasamos:

Por orden divina llegan nubes y tempestades. Cuando Dios ordena una tempestad en mi vida, es porque se necesita un cambio. Generalmente, la tormenta no es el verdadero problema… no desde el punto de vista de Dios. Es un desequilibrio en mis prioridades, un desarreglo tan sutil que no lo veo hasta que la turbulencia capta mi atención.

Es en las tormentas, cuando literalmente me tiran tan fuerte, que vuelvo al equilibrio. Estoy aprendiendo a no echar por la borda esa maravillosa paz nueva cuando mi barco da vueltas descontrolado. Es, más bien, hora de deshacerme de la carga que no necesito, ocuparme en las cosas que en verdad importan, mostrar mi desesperación a Dios y regresar a una rutina saludable. Dios ha proporcionado esa estrategia positiva para soportar las tormentas del estrés amigable.

El relato del huracán Pablo termina con una postdata emocionante. Lucas cuenta que la tempestad finalmente los hizo encallar en la isla de Malta. Un vistazo al mapa revela lo que en realidad sucedió en medio de aquella tremenda crisis en el mar. Malta queda justo frente a la costa sur de Italia, ¡el destino original del barco! Todo el tiempo que ellos pensaron que estaban descontrolados, ¡estaban en el rumbo correcto!

Siglos antes, el antiguo profeta judío Nahúm lo dijo en una oración sencilla:

Jehová marcha en la tempestad y el torbellino (Nahúm 1:3). Puede que nuestros planes se vean interrumpidos por las tormentas, pero a los de Dios nunca les sucede eso. De hecho, la tormenta forma parte de su plan. Si no abandonamos el barco, los vientos de Dios nos van a arrojar justo a nuestro lugar… por muy perdidos que nos sintamos.

 

Extrato do libreto – «El valor el estres»  de la serie Tiempo de Buscar de Ministerios Nuestro Pan Diario.