Un amigo mío se refiere a Jesús como «el Gran Recordador»; y está bien, porque somos muy propensos a dudar y olvidar. Por más que Jesús suplía con frecuencia las necesidades de quienes acudían a Él, sus discípulos temían que pudiera faltarles algo. A pesar de presenciar milagros, no entendieron el concepto más profundo que el Señor quería que recordaran.

Una vez, mientras cruzaban el mar de Galilea, se dieron cuenta de que no habían llevado pan. Al escucharlos hablar del tema, Jesús les preguntó: ¿No entendéis ni comprendéis? […] ¿Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís? ¿Y no recordáis?» (Marcos 8:17-18). Entonces, les recordó que, cuando alimentó a 5.000 personas, habían sobrado doce cestas, que ellos mismos recogieron. Y tras alimentar a 4.000, sobraron siete cestas. Luego, agregó: «¿Cómo aún no entendéis?».

La provisión milagrosa del Señor para las necesidades físicas de la gente apuntaba a una verdad más importante: Él era el pan de vida, y su cuerpo sería roto por ellos y por nosotros.

Cada vez que comemos el pan y bebemos de la copa en la Cena del Señor, se nos recuerda el gran amor de Dios y su provisión permanente.