El artista francés Georges Seurat creó un arte llamado puntillismo. Usaba pequeños puntos de color para crear una imagen artística. De cerca, su trabajo se ve como grupos de puntos individuales. Pero, cuando el observador se aleja, el ojo mezcla los puntos y ve imágenes o paisajes brillantes y coloridos.
El panorama general de la Biblia es así. De cerca, su complejidad puede dejarnos con la impresión de unos puntos en un lienzo. Cuando la leemos, podemos sentirnos como Cleofas y su acompañante en el camino a Emaús. No podían entender los trágicos «puntos» del fin de semana de la Pascua. Esperaban que Jesús fuera «el que había de redimir a Israel» (Lucas 24:21), pero lo habían visto morir.
De pronto, un hombre al que no reconocieron caminaba a su lado. Se interesó en su conversación, y los ayudó a conectar los puntos del sufrimiento y la muerte de su Mesías. Más tarde, mientras comía con ellos, Jesús dejó que lo reconocieran, y se marchó tan misteriosamente como había llegado.
¿Fueron los puntos de las cicatrices de los clavos en sus manos lo que les llamó la atención? No lo sabemos. Pero sí sabemos que, cuando conectamos los puntos de la Escritura y el sufrimiento de Jesús (vv. 27, 44), vemos a un Dios que nos ama más de lo que podemos imaginar.