Hace casi 2.000 años desde que Jesucristo personalmente ofreció perdón de pecados y vida eterna. De los millones que han aceptado su oferta, muchos han encontrado la paz y el gozo de saber que tienen una relación segura con su Señor y Salvador. Sin embargo, otros no se han sentido tan seguros. Hay quienes luchan siempre con la confusión y la incertidumbre, preguntándose si habrán perdido su salvación en Jesucristo por algo que han hecho o dejado de hacer.

Causa temor y tensión el no estar seguro de dónde se encuentra uno en su relación con Jesucristo. Entender la base y naturaleza de la salvación puede eliminar mucha de la incertidumbre que algunos cristianos sienten respecto a su relación con Jesucristo.

La Biblia hace hincapié en que la salvación descansa completamente en la confianza en la muerte de Jesús en la cruz como pago total por nuestros pecados (Juan 3:15-16,36; Romanos 3:22-24). La fe sola es la base de nuestra salvación. No se basa en nuestro propio mérito ni rendimiento (Efesios 2:8-9; Tito 3:4-5), ni tampoco se basa en la cantidad de nuestra fe. Lo que importa es el objeto de nuestra fe. Confiar en Cristo (no en nadie más, ni siquiera en nosotros mismos), da salvación. Cuando nos damos cuenta de que aunque somos los receptores afortunados de la gracia y la misericordia de Dios no somos responsables de ganarnos la salvación, nuestros corazones experimentan un firme sentido de seguridad. ¡La salvación es gratis!

Además, la Biblia enseña que tenemos seguridad eterna cuando confiamos exclusivamente en el Señor Jesucristo como Salvador. Esa es la naturaleza eterna y valedera de la salvación que Jesús concede. Jesús dijo que Él nos da vida eterna y que nunca pereceremos. También afirmó que nadie puede arrebatarnos de la mano de su Padre (Juan 10:27-30).

De la misma forma, el apóstol Pablo escribió que los que han confiado en Cristo para salvación son salvos eternamente. Dijo: «No hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8:1). Prosiguió diciendo que absolutamente nada nos puede separar del amor de Dios (Romanos 8:35-39). Entonces, según las Escrituras, podemos creer con certeza que estamos seguros eternamente si hemos colocado nuestra confianza en lo que Cristo logró en la cruz como pago total por nuestros pecados (Juan 5:24; 1 Juan 5:13).

Si de alguna forma pudiéramos perder la salvación en Cristo, entonces Jesús y Pablo serían mentirosos, pues los dos describieron el regalo de la salvación como eterno (Juan 3:16; Tito 3:7). Eterno significa que nunca termina. Nuestra salvación es permanente. En otras palabras, una vez somos salvos, siempre somos salvos.

Dios no nos da el regalo de la vida eterna y luego nos lo quita si somos malos. Nuestra seguridad eterna no se basa en nuestra capacidad de ser buenos o hacer el bien, sino en las promesas de Dios (Juan 3:16). Además, todo intento de nuestra parte de decir que de alguna forma podemos ganar y mantener una relación segura en Cristo es una afrenta a Dios. Le despoja de gloria y disminuye su extraordinaria oferta de gracia y misericordia a un mundo que no las merece.

Aunque nunca perdemos nuestra salvación en Cristo, podemos perder el disfrute de la estrecha comunión con nuestro Padre celestial. Por ejemplo, cuando mi hija peca contra mí obstruye temporalmente nuestra capacidad de estar cerca y de disfrutar el uno de la compañía del otro. Pero a pesar de que no todo está bien entre nosotros, ella nunca deja de ser mi hija. Lo mismo sucede con aquellos que hemos confiado en Cristo como Salvador. Siempre que pecamos contra Dios y ponemos distancia entre nosotros y Él seguimos siendo Sus hijos y estando seguros en su amor. Es por eso que en Lucas 7, Jesús contó de la mujer pecadora cuya fe la había salvado para ir en paz (Lucas 7:50). Ella podía descansar y no preocuparse por su posición delante de Dios. Esa relación estaba asegurada por la eternidad.

Como cristianos vamos a pecar, y nuestro pecado debe afligirnos. Pero no debería tomarnos por sorpresa. El apóstol Juan dijo: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros» (1 Juan 1:8). Y lo más importante, ningún pecado que podamos cometer nos haría perder la salvación. El apóstol Juan añadió que Dios está dispuesto a perdonar todos nuestros pecados si los confesamos (1 Juan 1:9). Y no sólo quiso decir la cantidad total de pecados, sino también las diferentes clases de pecado. En otras palabras, Dios nos perdona y nos limpia de toda clase de pecado posible. Su misericordia no tiene límites.

Escrito por: Dan Vander Lugt