El dudar de que su fe sea lo suficientemente firme como para ser hijo de Dios es una indicación clara de que no entiende bien la naturaleza de la fe. La fe en Dios no implica certeza, ni tampoco la ausencia de dudas. El Evangelio de Marcos presenta esto claramente en la narración de cuando Jesús sanó a un muchacho que estaba poseído por espíritus malignos (Marcos 9:14-27). El padre fue en busca de ayuda frente a una multitud, en la que habían líderes religiosos. Dijo a Jesús que le había pedido a sus discípulos que echaran fuera de su hijo a los demonios, pero no pudieron. Luego dijo:

… si tú puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos (v.22).

Jesús probó la sinceridad del padre diciendo:

“¿Cómo si tú puedes?” Todas las cosas son posibles para el que cree (v.23).

El padre del muchacho no afirmó tener una fe perfecta, ni tampoco se fue desesperado. Reconoció sus dudas (incredulidad), al mismo tiempo que expresó apasionadamente su deseo de creer:

Al instante el padre del muchacho gritó y dijo: Creo; ayúdame en mi incredulidad (v.24).

La fe de este padre pasó la prueba de Jesús. Jesús no lo condenó por sus dudas. Más bien sanó a su hijo.

¡Qué tormento! ¡Qué carga tan terrible creer que la fe debe ser perfecta antes de que Dios responda a nuestra necesidad! Si creemos que nuestra fe debe ser perfecta hemos establecido una meta inalcanzable y nos hemos esclavizado a una nueva forma de obras y salvación. En vez de basar nuestra fe en la bondad de Dios y en la obra de amor completa de Cristo a nuestro favor, la basamos en nuestros propios logros, en nuestra propia perfección.

Las personas que creen que su fe debe ser perfecta antes de que sea aceptable para Dios ignoran docenas de ejemplos escriturales de gente cuya confianza en Dios era imperfecta, y sin embargo, Dios aceptó su fe. He aquí sólo unos cuantos:

· Moisés (Éxodo 3:11; 4:1)
· Abraham (Génesis 12:10-13; 15:1-5)
· Jacob (Génesis 25:29-34; 27:1-46)
· Elías (1 Reyes 19:4)
· Pedro (Mateo 14:28-31; 26:69-75
· Los discípulos (Mateo 26:56)

Escrito por: Dan Vander Lugt