En 1756, Olaudah Equiano tenía solo 11 años cuando fue secuestrado y vendido como esclavo. Hizo un viaje terrible desde África Occidental hasta el Caribe; de allí a Virginia, en Estados Unidos; y luego a Inglaterra. A los 20 años, compró su libertad, pero siguió acarreando las cicatrices emocionales y físicas del trato inhumano que había experimentado.

Incapaz de disfrutar de su libertad mientras otros seguían esclavos, Equiano comenzó a trabajar en un movimiento para abolir la esclavitud en Inglaterra, y escribió una autobiografía —un logro insólito para un ex esclavo en aquella época— donde narra sus vicisitudes.

Cuando vino, Jesús libró una batalla a favor de todos los esclavizados e incapaces de luchar solos. A nosotros no nos esclavizan cadenas tangibles, sino el pecado y nuestra propia maldad. Jesús dijo: «todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres» (Juan 8:34-36).

Dondequiera que esta libertad no se haya proclamado, es necesario comunicar sus palabras. Al poner nuestra fe en Jesús, somos libertados de la culpa, la vergüenza y la desesperanza. ¡Somos libres de verdad!