Sobre la base de las propias acciones de Jesús, podemos estar seguros de que Él no quiso decir que debemos ignorar ni tolerar el mal. Jesús no era pasivamente tolerante con la gente que hacía cosas malas y promovía los valores malos. A menudo juzgaba sus acciones y los confrontaba (Mateo 21:13; 23:13-36; Juan 6:70-71; 8:39-47).
Jesús enseñó según la tradición de los profetas del Antiguo Testamento, quienes confrontaban el mal consecuentemente, incluso a riesgo de sus vidas 1 (2 Samuel 12:1-12; 1 Reyes 18:18). Igual que los profetas, Jesús ilustró que el amor a veces se expresa por medio de la confrontación. Si amamos al prójimo como a nosotros mismos debemos a veces estar tan dispuestos a confrontar compasivamente el mal y la autodestrucción que hay en el carácter de los demás como lo estamos a confrontarnos a nosotros mismos. Un padre que da a sus hijos cualquier cosa que ellos quieran los echa a perder. De la misma forma, nuestro Padre celestial nos arruinaría si no nos pusiera límites y nos complaciera en cada uno de nuestros caprichos. El amor al prójimo involucra el mismo principio. Hay ocasiones en que Dios nos exige confrontar el error grave y el pecado.
Cuando confrontamos el pecado en el espíritu correcto actuamos en amor, no juzgando en el sentido de las palabras de Jesús en este versículo. Cuando estamos motivados por el amor no somos farisaicos ni creemos que somos mejores a los ojos de Dios. Un corazón de amor es humilde y sabe que delante de un Dios santo, todas las personas son iguales (Romanos 3:9,23; Gálatas 3:22; 1 Juan 1:8).
Juzgar, lo que Jesús condenó en estos versículos, es una condenación que no perdona: un espíritu hipercrítico, farisaico y vengativo que busca continuamente descubrir las faltas de los demás al tiempo que pasa por alto los pecados propios. 2
La advertencia de Jesús contra este tipo de juicio hace hincapié en que cualquier medida que usemos para juzgar a otras personas será usada contra nosotros. Él dijo: «Porque con la medida con que midáis, se os volverá a medir» (Lucas 6:38). Las enseñanzas de Jesús en otras partes de las Escrituras (Mateo 6:14-15; 18:23-35) dicen claramente que las personas farisaicas e implacables no van a ser perdonadas por Dios. Sus corazones rígidos e implacables demuestran que no son hijos de Dios (1 Juan 3:14-15). Su negativa a perdonar a los demás demuestra que nunca han experimentado el poder purificador del Espíritu Santo en su propia vida.
La experiencia personal ilustra la verdad de las palabras de Jesús. Cuando juzguemos a otras personas con una actitud farisaica y vengativa responderán de la misma forma. Por otro lado, si somos pacientes y compasivos, las personas a nuestro alrededor tenderán a pasar por alto nuestras faltas y fracasos menores.
Más sutil, pero no menos dañino, es el efecto interno de un espíritu implacable y que juzga. Puesto que proyectamos naturalmente nuestra propia actitud hacia los demás, la gente que juzga por lo general asume que las demás personas son tan vengativas como ellas y que juzgan igual. Esto las coloca bajo la aplastante presión de vivir a la altura de sus propias expectativas duras e implacables.
Las palabras de Jesús en este versículo no nos exigen ser pasivos ante el mal. Nos exigen confrontarlo en el espíritu de la compasión, la humildad y el amor.
Escrito por: Dan Vander Lugt
Notas:
- De hecho, Jesús se identificó específicamente con los profetas del Antiguo Testamento y dijo a sus enemigos que ellos lo odiaban por la misma razón por la que sus padres odiaron y mataron a los profetas (Mateo 23:29-37).
- Jesús expresó esto claramente unos cuantos versículos después cuando dijo: «¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, déjame sacarte la mota que está en tu ojo», cuando tú mismo no ves la viga que está en tu ojo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo y entonces verás con claridad para sacar la mota que está en el ojo de tu hermano» (Lucas 6:41-42).