Cuando era niño, mi papá nos «asustaba» escondiéndose detrás de un arbusto y rugiendo como un león. Aunque en aquella época vivíamos en la zona rural de Ghana, era casi imposible que un león se acercara a la casa. Con mi hermano, nos reíamos y corríamos hacia el ruido, felices de poder jugar con papá.
Un día, una amiga vino a visitarnos. Mientras jugábamos, oímos el conocido rugido. Pero ella, asustada, gritó y salió corriendo. Lo cómico fue que, aunque nosotros sabíamos que el «peligro» era un león imaginario, salimos corriendo con ella. Mi papá se sintió muy mal, y nosotros aprendimos que el pánico de los demás no debe afectarnos.
Josué y Caleb son un ejemplo de personas que no se inmutaron ante el pánico de otros. Cuando Moisés los envió a reconocer la tierra prometida, los otros diez espías solo vieron los obstáculos y desanimaron a toda la nación (Números 13:27-33). Aunque el pánico comenzó a afectarlos (14:1-4), solo Josué y Caleb evaluaron correctamente la situación (vv. 6-9) porque confiaban en su Padre Dios.
Algunos «leones» son un verdadero peligro; otros son imaginarios. De todos modos, como seguidores de Cristo, nuestra confianza está en Aquel cuya voz y obras conocemos.