Con el correr de los siglos, a los cristianos se les ha obligado a pensar seriamente si es correcto o no formar parte de la milicia. El abuso de la fuerza por gobernadores y naciones presuntamente cristianas en guerras peleadas por motivos equivocados o mezclados a menudo ha constituido una afrenta al evangelio. Profundamente perturbados por esos abusos, algunos cristianos han concluido que deben ser pacifistas, y no están dispuestos a participar en guerras. Hoy día, los menonitas, que por lo general están dispuestos a ser coherentes con sus creencias, son muy pacifistas. Preferirían morir antes que quitarle la vida a otra persona. Muchas veces trabajan como médicos en las batallas, arriesgando su propia vida para salvar las de los demás.

A pesar de que respetamos a aquellos que tienen sinceras objeciones de conciencia, existe importante evidencia escritural que indica que el pacifismo no es la única opción cristiana.

En tiempos de Cristo, el Imperio Romano estaba en la cima de su poder. Los soldados romanos controlaban una vasta área que se extendía desde Inglaterra hasta el mar Negro, y desde el río Rin hasta los desiertos de África del Norte. Pero aunque era el gobierno más poderoso del mundo, Roma era terriblemente corrupta. Pocas naciones modernas podrían rivalizar con el grado de su decadencia.

A pesar de la corrupción romana, el apóstol Pablo estableció claramente el principio básico de que el gobierno secular es el agente de Dios para hacer cumplir la ley en la tierra (Romanos 13:1-7). Puesto que Pablo dirigió este principio a la comunidad cristiana de Roma, podemos concluir que la corrupción gubernamental no invalida la necesidad de tener una autoridad gubernamental. Afirmar la legitimidad de la autoridad gubernamental conlleva algunas implicaciones respecto a si es apropiado el servicio cristiano en la milicia. Pero aún más revelador es el hecho de que a los cristianos no se les prohibió formar parte de un ejército, ni en las Escrituras, ni por consejo de los primeros padres de la Iglesia, a pesar de que el ejército romano prestaba servicio a un gobierno que con frecuencia distaba mucho de ser ideal en su dedicación a la justicia.

El hecho de que los cristianos formaron parte del ejército romano sin ninguna indicación de desaprobación por parte de Jesucristo, Pablo, el Nuevo Testamento ni los primeros padres de la Iglesia hace difícil concluir que los cristianos estén destinados éticamente a evitar el servicio en las fuerzas armadas de los estados modernos.

Si las naciones independientes no se protegieran con la fuerza militar, nada limitaría el poder de los estados depredadores. Es imposible imaginar que la vida pacífica y civilizada pudiera existir sin la influencia del poder gubernamental que ejercen la policía, los tribunales y las legislaturas.

Los policías y el personal militar cristiano tienen desafíos éticos especiales, pero también tienen oportunidades únicas de rendir un servicio cristiano. Esto lo confirman tanto el registro bíblico como la historia. A pesar de la corrupción romana, sus centuriones eran muy respetados por ser hombres competentes e íntegros. Polibio escribió que los centuriones «se escogían por mérito y por eso eran hombres extraordinarios, no tanto por su valor audaz, sino por su deliberación, constancia y fortaleza de mente». Todos los centuriones que menciona el Nuevo Testamento son alabados como cristianos, temerosos de Dios u hombres de buen carácter (Mateo 8:5,8,13; 27:54; Marcos 15:39,44-45; Lucas 7:2,6; 23:47; Hechos 10:1,22; 21:32; 22:25-26; 23:17,23; 24:23; 27:1,6,11,31,43; 28:16).

Es probable que un soldado tenga que adoptar una postura que arriesgue su carrera más frecuentemente que un civil. Según el libro Fox’s Book of Martyrs [El libro de mártires de Fox], el centurión responsable de ejecutar a Santiago hizo que lo ejecutaran a él al mismo tiempo. Numerosos oficiales alemanes fueron torturados hasta morir durante la Segunda Guerra Mundial por su oposición a Hitler. En muchas ocasiones, un soldado o policía cristiano podría encontrarse en una posición única de administrar justicia, proteger al inocente y honrar el nombre de Jesucristo.