En 2003, en el Abierto de Golf Femenino de los Estados Unidos, la relativamente desconocida Hilary Lunke se aseguró el premio más importante en ese deporte… y un lugar en la historia. No solo ganó la final en los 18 hoyos, sino que también fue su primera victoria como profesional. Su triunfo sorprendente e inspirador confirma una de las verdades más emocionantes en cuanto a los deportes: su imprevisibilidad.
Sin embargo, lo imprevisible de la vida no siempre es tan emocionante. Elaboramos estrategias, hacemos planes, proyecciones y propuestas sobre lo que nos gustaría que sucediera, pero, a menudo, apenas son poco más que nuestras mejores suposiciones. No tenemos idea de qué puede traer un año, un mes, una semana o, incluso, un día. Por eso, oramos y planificamos; y, después, confiamos en el Dios que conoce perfectamente lo que nosotros jamás podríamos predecir. Por eso, nos encanta la promesa del Salmo 46:10: «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra».
La vida es impredecible. Hay innumerables cosas que nunca pueden saberse con certeza. No obstante, sí puedo estar seguro de que hay un Dios que lo sabe todo y que me ama profundamente. Y, al conocerlo a Él, puedo «estar quieto»; estar en paz.