El hecho de que la Biblia no mencione específicamente la masturbación implica que debemos abordar este tema con sensibilidad y precaución. La mayoría de los adolescentes y de los adultos solteros sostienen una gran lucha con sus anhelos sexuales. A menudo las personas que son más concienzudas sobre sus sentimientos sexuales son las que más probablemente se sientan atormentadas por una culpa que no es realista. Si añadimos a las Escrituras y las cargamos con una culpa aun más injustificada, llegamos a ser como los fariseos y sus expertos legales. Para proteger principios santos, añadían sus propias leyes a las de Moisés —es como añadir cercas alrededor de cercas— y en el proceso colocaban cargas en los demás que ni ellos mismos estaban dispuestos a llevar ni eran capaces de hacerlo (Lucas 11:46).
Si somos honestos, todos nosotros admitiremos lo difícil que es conservarse puro en una cultura permisiva y obsesionada con el sexo. Luchamos para evitar cualquiera de los dos extremos. No debemos rendirnos al espíritu hedonista de la época, pero también debemos evitar el espíritu de ascetismo y la negación orgullosa que tanto daño ha hecho a la historia del cristianismo. Toda creencia de que nuestros deseos y sentimientos sexuales son malos en sí mismos se basa en la negación gnóstica1 de la bondad del cuerpo y del mundo natural, no en las enseñanzas de las Escrituras (1 Timoteo 3:1-3).
Por otro lado, no podemos desestimar completamente la importancia del hábito de la masturbación como asunto moral sólo porque no se mencione en las Escrituras. Uno no habla del «hábito» de comer ni del «hábito» de dormir a menos que alguien esté comiendo o durmiendo mucho más de lo que debiera. El hecho de que uno se dé cuenta que está atrapado en un ciclo de conducta habitual implica que sabemos que algo anda mal.
Todos los placeres de la vida tienen un contexto apropiado. Cuando comemos sólo por placer, nos volvemos fláccidos y no saludables. Cuando dormimos mucho más de lo que necesitamos para descansar y tener un cuerpo sano, nos enfermamos mental y físicamente. Cualquier uso inadecuado de un placer legítimo tiene malas consecuencias.
El propósito del placer sexual es fomentar la intimidad y la unidad entre el esposo y la esposa (Genesis 2:24; Marcos 10:6-8; Efesios 5:28-32). El deseo sexual está relacionado con nuestros más profundos anhelos, nuestro más profundo potencial de intimidad y gozo. Es como un fuego. En las circunstancias correctas, un fuego da calor, luz y comida. En el lugar equivocado tiene una enorme capacidad de destrucción.
La Biblia no presenta detalladamente los asuntos de la sexualidad humana. Tiende a referirse a los temas sexuales indirectamente y con considerable delicadeza. Por ejemplo, ni siquiera se usa la palabra «sexo» en la Biblia, y los órganos sexuales masculinos y femeninos se mencionan sólo indirectamente, igual que el acto del coito. Ni siquiera un asunto tan serio como la pedofilia (el deseo sexual de un adulto por un niño) se menciona específicamente. Por tanto, es probable que aunque no se mencione explícitamente en las Escrituras, el hábito de la masturbación esté incluido bajo las categorías de «lascivia», «impureza» e «inmundicia» (i.e., Levitico 15:16,17; Marcos 7:20-22; 2 Corintios 12:21; Galatas 5:19; Efesios 5:3,5; Colosenses 3:5).2
¿Cuáles son algunos de los placeres sexuales ilegítimos ante los que deberíamos estar en guardia?
El placer sexual no debería ser únicamente una «válvula de presión» para el alivio de la tensión física y emocional. Hay maneras más constructivas y amorosas de aliviar —e incluso de aprovechar— nuestra tensión física y emocional.
El placer sexual no debe alimentarse con fantasías pecaminosas. Jesús dijo claramente que el pecado sexual no se limita a los actos físicos. Ocurre también en la fantasía y la imaginación. Hay una imaginación sana que conduce a acciones honrosas, y una imaginación absorta en sí misma que nos inclina a usar a los demás para nuestro propio placer (Mateo 5:27-30; 15:19). La fantasía sexual puede ser una expresión destructiva de rabia, venganza o lujuria. Esas fantasías enfermizas no se tienen que realizar en el mundo real para marcar ni endurecer nuestros corazones.
El placer sexual nunca debe ser una manera de exigir que Dios nos satisfaga inmediatamente y bajo nuestras condiciones. Nunca debemos esperar que el placer sexual compense nuestra soledad, desilusión, incapacidad o sensación de rechazo. Si lo usamos por estas razones es ilegítimo.
Los que están en Cristo han recibido libertad y perdón para amarse y honrarse mutuamente, pero no para esclavizarse otra vez en la carne (Romanos 6:16). Hemos recibido el Espíritu y la sabiduría de Dios para entender que nuestros cuerpos son siervos buenos y amos crueles.