Al sur de Kuna, en Estados Unidos, hay un tubo subterráneo de lava que se ha vuelto bastante famoso en esa ciudad. Por lo que sé, su única entrada es un hueco profundo que se sumerge directamente en la oscuridad. Hace unos años, me paré al borde del hueco para mirar de cerca, y casi pierdo el equilibrio. El terror me generó palpitaciones, y retrocedí de inmediato.


El pecado es parecido: la curiosidad puede hundirnos en la oscuridad. ¿Cuántos se han acercado demasiado al borde y, tras perder el equilibrio, cayeron en las tinieblas? Destruyeron familia, reputación y carrera debido a relaciones adúlteras que empezaron con un «simple» coqueteo y terminaron en pensamientos y acciones. Cuando miran atrás, suelen decir: «Nunca pensé que llegaría a esto».

Pensamos que podemos coquetear con la tentación, acercarnos mucho al borde y dar un paso atrás, pero es un engaño. Sabemos que algo está mal, y, aun así, jugamos con eso. Luego, caemos inevitablemente en perversiones oscuras. Jesús lo expresó con claridad: «todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado» (Juan 8:34).

Por eso, al reconocer que necesitamos la ayuda de Dios, oramos como David en el Salmo 19:13: «Guarda también a tu siervo de pecados de soberbia; que no se enseñoreen de mí» (lbla).