Gedeón era una persona común y corriente. Su historia, registrada en Jueces 6, me resulta inspiradora. Era agricultor, y, además, tímido. Cuando Dios lo llamó para que libertara a Israel de los madianitas, su primera reacción fue: «¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre» (Jueces 6:15). El Señor le prometió estar con él y capacitarlo para llevar a cabo lo que se le había pedido que hiciera (v. 16). La obediencia de Gedeón le devolvió la victoria a su pueblo, y lo colocó en la lista de los héroes de la fe (Hebreos 11:32).
Muchos otros tuvieron un papel importante en este plan de salvar a los israelitas de una poderosa fuerza enemiga. Dios le dio a Gedeón 300 hombres, todos héroes valerosos, para ganar la batalla. No se nos dan sus nombres, pero su bravura y obediencia quedaron registradas en las Escrituras (Jueces 7:5-23).
Actualmente, Dios sigue llamando a personas comunes y corrientes como nosotros para hacer su obra, y promete acompañarnos mientras la hacemos. Al ser personas así, pero utilizadas por Dios, es evidente que el poder procede de Él y no de nosotros.