Darío era una leyenda del béisbol que casi destruye su vida con las drogas. Pero Jesús lo liberó, y hoy ayuda a otros que luchan con adicciones y los guía a la fe en Cristo. Al mirar atrás, afirma que Dios transformó su perdición en una predicación.

Nada es imposible para Dios. Cuando Jesús llegó a la costa, cerca de un cementerio, un hombre poseído por las tinieblas se le acercó de inmediato. Jesús echó fuera los demonios que estaban en su interior y lo liberó.

Cuando se iba, el hombre le rogó que lo dejara ir con Él. Pero Jesús no quiso porque tenía una tarea para él: «Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo» (Marcos 5:19).

Nunca más vemos al hombre, pero la Escritura nos muestra algo intrigante. Las personas de aquella región le habían rogado a Jesús que «se fuera» (v. 17), pero la próxima vez que volvió, se juntó una gran multitud (8:1). ¿Acaso esa multitud podría ser el resultado de que Jesús haya enviado a aquel hombre? ¿Podría haberse transformado en uno de los primeros misioneros, comunicando eficazmente el poder de Jesús para salvar?

Cuando Dios nos libera para servirlo, puede transformar incluso un pasado turbulento en un mensaje de esperanza y amor.