Sorprendí a mi esposa con boletos para ir a ver a un cantante que siempre había querido escuchar en vivo, acompañado por una orquesta sinfónica. La orquesta tocó varias canciones clásicas y algunas tonadas folclóricas. La última pieza fue una versión renovada del himno «Sublime gracia». ¡El arreglo bello y armonioso nos dejó sin aliento!
La armonía tiene una belleza peculiar… instrumentos individuales que tocan juntos y crean un paisaje sonoro más amplio y profundo. El apóstol Pablo se refirió a la belleza de la armonía cuando les dijo a los filipenses que fueran «unánimes», tuvieran «el mismo amor» y sintieran «una misma cosa» (Filipenses 2:2). No les estaba pidiendo que se volvieran idénticos, sino que abrazaran la actitud humilde y el amor abnegado de Jesús. El evangelio, tal como sabía y enseñaba Pablo, no borra nuestras diferencias, pero puede eliminar nuestras divisiones.
Cuando permitimos que el Espíritu Santo obre mediante nuestra vida y contextos diferentes, y nos hace cada vez más parecidos a Jesús, juntos nos transformamos en una sinfonía que resuena con un amor humilde y similar al de Cristo.