En una película, un agente deportivo impulsado por el éxito, cuyo matrimonio comienza a derrumbarse, intenta recuperar el amor de su esposa. La mira a los ojos y le dice: «Me completas». Es un mensaje conmovedor que hace eco de un relato de la filosofía griega, según el cual cada uno de nosotros es una «mitad» que debe encontrar a su «otra mitad».
Hoy en día, la creencia de que un compañero romántico nos «completa» es parte de la cultura popular. Pero ¿será verdad? Hablo con muchos matrimonios que siguen sintiéndose incompletos porque no han podido tener hijos, y otros que sí tienen hijos pero que sienten que les falta algo más. En última instancia, ningún ser humano puede completarnos plenamente.
El apóstol Pablo da otra solución: «Porque en [Cristo] habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él» (Colosenses 2:9-10). Jesús no solo nos perdona y nos libra, sino que también nos completa al traer la vida de Dios a nuestra vida (vv. 13-15).
El matrimonio es algo bueno, pero no puede completarnos. Solo Jesús puede hacerlo. En lugar de esperar que una persona, una carrera o cualquier otra cosa nos complete, aceptemos la invitación de Dios de permitir que su plenitud nos llene.